lunes, 21 de noviembre de 2011

Capítulo 8

3 de Septiembre de 2010:



Ka se despertó con un dolor de cara horrible. Inspiró mucho aire y cuando fue a quejarse descubrió que la garganta también la tenía echa polvo. Recordó lo mucho que había gritado la noche anterior. Recordó la cara de la que había sido su mejor amiga, encima de ella, rabio y cabreada, y luego, sangrando esta vez a manos de Ka.
Suspiró. Inspiró aire. Lo soltó de golpe. Dio un puñetazo a la cama y por primera vez en mucho tiempo, lloró.
No lloró de dolor por su pómulo derecho. Tampoco lloró de rabia por todo lo que había pasado. La verdad, no sabía muy bien por qué lo hacía, simplemente necesitaba desahogarse.
Lo hizo despacio, bajito y con el cojín en la cara, ahogando sus penas. A veces le faltaba el aire, pero la daba igual.
Paró de llorar cuando su garganta no pudo tragar más llantos y sus ojos no fabricaban más lágrimas.
Miró el reloj y vio que eran las 11:11 de la mañana. Decidió levantarse, estirándose por completo. Le dolía hasta los brazos y la noche anterior ni siquiera había bebido. Bostezó y sin ninguna gana salió de la habitación. Se dirigió al baño para ducharse, pues necesitaba despejarse y quitarse la suciedad que la manchó la noche anterior revolcándose en el suelo en la pelea. Entró y echó el pestillo de la puerta. Se empezó a quitar la ropa que llevaba puesta la noche de la pelea y con la cual, se acostó, agotada. Cuando estuvo completamente desnuda se metió en el plato de la ducha, cerró las mamparas y abrió el grifo, graduando el agua que salía de la alcachofa de la ducha. Solo cuando la temperatura del agua estuvo a su gusto, se mojó el cuerpo y el pelo.
Sintió como las heridas de su piel se aliviaban con el contacto del agua. Se enjabonó el pelo con un champú cualquiera y puso jabón para el cuerpo en su esponja, haciendo espuma. Se lavó las piernas, el vientre... y según iba pasando Ka la esponja por su cuerpo, descubría un nuevo moratón o herida. La pelea de la noche anterior tuvo que ser muy fuerte. Ka a causa de la adrenalina, los nervios y el cansancio, notaba que había pequeñas partes de las que no se acordaba.
Terminó de aclararse y con la toalla enroscada al cuerpo volvió a su cuarto para vestirse con un pantalón y una sudadera Grimey,color gris. Volvió de nuevo al baño para dejar a toalla y peinarse. No quiso secarse el pelo, pues la sudadera ya le daba bastante calor.
Fue al salón dónde su abuela ya tenía su desayuno preparado. Su abuela la saludó y volvió a ver esa impactante herida que tenía Ka en el pómulo derecho.
-Tienes muy fea esa herida, Ka. Es muy grande.
-Lo sé, ya te expliqué que me dí con una farola.
-Si, pero deberías ir al médico. Está muy hinchado.
Ka tragó saliva e inspiró hondo. Lo último que necesitaba ahora era que su abuela se pusiera pesada con la herida. No quería hablar del tema pero se tranquilizó para no pagarlo con ella.
-No hace falta, abuela. Es más fea que grave, tranquila.
Su abuela no se convenció para nada pero entendió que esa era una guerra absolutamente perdida ya.
-Está bien, pequeña, ven, siéntate a desayunar.
Ka se sentó en la mesa sin mucho hambre. Su abuela la había preparado tostadas con mermelada de fresa y un gran tazón de leche. Su abuela se sentó a su lado observando como comía.
-¿Has dormido bien, tesoro?- preguntó.
A Ka le desconcertó tal pregunta.
-Claro...
Su abuela echo a reír despacio:
-De pequeña siempre tuviste pesadillas. Siempre soñabas con dinosaurios que se comían tus muñecas.
Ka no sabía que pensar. Desde que había vuelto de Londres su abuela la cuidaba y quería más que nunca. Últimamente la había dado por recordar viejos momentos de su niñez. Su abuela estaba más orgullosa de ella que nunca. Y la pobre no tenía ni idea de lo que Ka había echo.
Negó con la cabeza suavemente, intentando expulsar esos recuerdos de su cabeza. Desayuno rápido y recogió el vaso, el plato de las tostadas y la mermelada.

Volvió al comedor y miró a su abuela. Ésta la sonrió y se levantó para ir a su habitación. Después, salió con el monedero en la mano y sacó 10 euros en monedas de 1. Se las ofreció a Ka:
-Toma, hija. Vete a comprar el pan y con lo que te sobre comprate lo que quieras o quédatelo.
Ka cogió el dinero con remordimiento, pues no quería que su abuela la diese nada. Tuvo que ir a su habitación a por un monedero para guardar tantas monedas y se lo guardó en el bolsillo grande que tenía en la sudadera a la altura del vientre. Fue a despedirse de su abuela, dándola un beso:
-Hasta luego, abuela.
-Adiós cielo, ven para la hora de comer.
Ka suspiró.
-Vendré enseguida, hoy no creo que salga.
No la convenía. Si salía no sabía con lo que se iba a encontrar, o mejor dicho, con quién. No valía la pena arriesgarse.
Salió de casa y torció un par de calles. Después de 10 minutos se encontraba en la calle principal.

En esa misma calle...




Adrián se había levantado aposta a las 10:00 de la mañana para vestirse, desayunar y volver a la misma calle del día anterior. Había llegado una hora antes de la que era el día anterior cuando se encontró con ella.
Iba vestido con unos pantalones vaqueros y una camisa vieja que le regaló su madre. El siempre la llamaba “la camisa de la suerte”. Aunque de suerte, poco tiene. Adrián iba caminando por la calle, lentamente, fijándose en todas las personas que pasaban por su lado. Cuando llegó al punto exacto donde el corazón se le había parado hacía casi 24 horas, paró. Decidió esperarla allí, si es que venía. Estaba dispuesto a esperarla el tiempo que hiciera falta para encontrarse con ella “por casualidad”.
“¿Qué estás haciendo, Adrián?” pensó para él, “¿Es que acaso tienes la certeza de que vaya a aparecer? ¿Crees enserio que tu destino es tan bueno como para volvértela a encontrar?”. Adrián se hundió en sus propios pensamientos. Era verdad, ¿y si Ka no aparecía? ¿Cómo podía haber pensado que iba a pasar todos los días por el mismo sitio a la misma hora? Sin embargo, lo que le empujó a llevarle hasta allí fue un presentimiento, pura intuición. Y Adrián no tenía ya nada que perder. Solo podía ganar.
Apretó fuertemente los puños y se puso de puntillas, alzando la cabeza para mirar por encima de toda la gente que pasaba, y de pronto, la vio, otra vez. Hoy llevaba una sudadera gris, un poco fea para su gusto y no parecía tener un buen día. Venía hacía a él, como hizo el día anterior.
Pero esta vez él no estaba dispuesto a que pasara de largo sin más. Empujó a bastante gente para poder llegar casi hasta a ella y cuando la vio lo suficientemente cerca, miró hacía atrás y sin miedo siguió adelante, atropellándola. Ambos cayeron al suelo.
-Pero... ¿¡qué coño...!?- chilló Ka enfadada.
Adrián había caído encima suya, tirándola el pan y el monedero pequeño de color rojo, verde y amarillo. Adrián sonrió en su hombro, respirando el olor de su pelo durante una milésima de segundo. La siguiente milésima tuvo que emplearla en levantarse y quitarse de encima, pues Ka ya estaba pegándolo y amenazándolo si no se quitaba.
-¡Mira por donde vas, payaso! ¡Ahora tendré que comprar el pan otra vez, pedazo de idiota! ¿No dices nada? ¡Quita del medio, perro!
Adrián intentó actuar lo mejor posible. Se levantó y puso cara de desconcierto:
-Lo siento. Lo siento. De verdad, ¿qué puedo hacer por tí?
-Pues mirar por don...- Ka le miró a la cara.
Era una cara conocida. Una cara que ella no olvidaría nunca.
-¡Tú!- dijo ella.
-Eso parece- intentó fingir sorpresa él.
Pero la sorpresa se la llevó igualmente cuando al mirarla de cerca vio la tan grande e hinchada herida en el pómulo derecho de Ka.
-¡Qué fuerte!- se quejaba Ka.
Adrián ignoró toda queja y la cogió el pan y el monedero que estaba todavía en el suelo. Luego la miró de nuevo.
-¿Qué te ha pasado, Ka?- le preguntó Adrián realmente preocupado.
Ka no lo pilló.
-¿Que me has atropellado quizás?- respondió irónicamente.
-No. No me refiero a eso...
Adrián fue a tocarle la herida cuando Ka se echó para atrás.
-No la toques.
-¿Quién te ha pegado?- dijo él.
-Me dí con una farola.
-No, Ka. a mi no me cuelas esas- dijo Adrián tan serio como nunca pensó que podía serlo- Dime quien te ha pegado.
Ka estaba frágil. Esa mañana había llorado y todavía la quedaban ganas de desahogarse. No quería que Adrián se enfadase con ella. No quería verle tan sumamente serio y menos por ella.
-Ka, dímelo.
Pero el orgullo la pudo:
-¿Y por qué te importa tanto? ¿Qué más te da? Coge tu abrigo y vete por donde habías venido- gritó.
La gente que pasaba alrededor los miraban como la pareja que siempre discute en medio de la calle.
-Me preocupo, ¿vale? ¿Es que nadie puede preocuparse por ti?
"Nunca lo han hecho" pensó ella.
Estaba mal, muy mal. Discutir con Adrián la hizo daño, pero sobre ese tema, más. Le temblaba el labio inferior cada vez que abría la boca para discutir con él.
-No es asunto tuyo...- dijo muy seria y dio dos pasos para irse.
Pero Adrián la agarró por el brazo y no tuvo que hacer mucha fuerza para que Ka instantáneamente diera la vuelta hacia él. Le abrazó sin saber por qué y comenzó a llorar.
Para Adrián aquel abrazo hubiera sido un regalo del cielo si no fuera por el mar de lágrimas que incorporaba. Al principio se mantuvo tenso, pero  finalmente la abrazó fuerte, sin exceder, y la besó la cabeza.
-Tranquila, shh...- la susurraba.
-La he cagado mucho, Adrián... No sabes cuánto...- lloraba más.
-Te ayudaré, no te va a pasar nada.
Ka se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No quería llorar, eso es de débiles. Se separó bruscamente de Adrián y cogió el pan y el monedero que tenía él en las manos.
Adrián ya echó de menos su cuerpo.
-¿Quieres que hablemos?- le dijo él.
Ka usó la manga de su sudadera como pañuelo para limpiarse las lágrimas de la cara.
-No, tengo que irme...- dijo con la voz más firme.
-Seguro que te vendría bien hablar. Te invito a desayunar.
-Ya he desayunado.
-Pues a un helado.
-Adrián, no. Quiero irme a casa y estar sola.
Ka se iba a ir ya cuando a Adrián se le escapó:
-Ya veo que no ha servido de nada...
Ka lo oyó a pesar de haber dado ya unos cuantos pasos alejándose de él. Se giró y le miró con expresión interrogativa:
-Que no ha servido de nada, ¿el qué?
Adrián se quedó en blanco. No sabía que responderla. ¿Cómo decirla que la había atropellado aposta?
-Es que si te lo digo te vas a enfadar...
-Si no me lo dices, me enfadaré igualmente. Si me lo dices, quizás no lo haga.
Adrián pensó aquel chantaje como una oferta. Luego se dio cuenta de que estaba en un callejón sin salida y que, o la mentía o decía la verdad. 
Con mucho temor la dijo:
-El chocarnos... no ha sido un accidente.
Ka estaba desconcertada.
-¿Qué quieres decir?
-Pues que ayer te cruzaste conmigo aquí mismo y como no te diste cuenta, hoy he vuelto para poder volver verte y chocarme contigo...
Adrián estaba más rojo que un tomate. Se avergonzaba de todo lo que había echo y le daba miedo lo que pudiese pensar Ka de él. No era ningún pervertido, ni un obsesionado. Simplemente quería verla.
Pero para su sorpresa, Ka no se enfadó, si no todo lo contrario: soltó la más grandes de sus carcajadas y se acercó a él. Le miró a los ojos intensamente y le dijo:
-¿De verdad has echo eso para volver a verme?
A Adrián le costó contestar, pues la mirada de Ka le intimidaba a la vez que le hacía temblar.
-Sí.
Ka sonrió de una forma increíblemente dulce que no la pegaba para nada, pero que a Adrián le dio una oleada de calor suave.
Ka no se podía creer lo que acababa de oír. Nadie nunca jamás tuvo tantas ganas de verla, y a nadie se le había ocurrido tal estupidez para hacerlo. Ese chico, ese desconocido parecía interesarse por ella. Se preocupaba, quería ayudarla...
-¿Sigue en pie un helado?- le dijo Ka.
Adrián sonrió muy contento. Ka le estaba aceptando un helado, estaba aceptando quedarse más tiempo con él.
-Desde luego- respondió satisfecho.
Y juntos se fueron a la vieja heladería en un extremo de aquella calle central.


En la heladería en un extremo de la calle central...


La camarera estaba de pie con la libreta en la mano esperando a que Ka se decidiera a pedir tres sabores diferente de helados, un sirope y dos complementos. Adrián se reía del panorama a la vez que de Ka.
-¡No te rías!- se quejaba Ka.
-Venga, Ka, la camarera está esperando.
-¡Es que no sé cual elegir y si te ríes me desconcentras!
-¿Tienes que concentrarte? ¿Para elegir un sabor?
-Son tres sabores, un sirope y dos complementos. Y sí, tengo que concentrarme en lo que me apetece comer.
Adrián le quitó la carta a Ka y le dijo a la camarera:
-Dos helados de nata, fresa y chocolate con sirope de caramelo y virutas de chocolate y galletitas pequeñas.
-¿Qué haces?- dijo Ka enfadada mientras la camarera se iba.
-He pensado que si te voy a invitar yo, debería elegirte yo el helado.
-¡No me gusta el caramelo!- se quejó ella.
-A mi tampoco. Sin embargo este es un helado que yo me pedía cuando era muy, muy pequeño. El caramelo está malo si lo tomas solo. Con el chocolate es una auténtica delicia.
Ka resopló.
-Tendré que probarlo, por ti, supongo.
Adrián la sonrió. Estaban en una heladería muy antigua con decorados de los años 60. Era bastante amplia, de dos plantas. Ellos se hallaban en la de arriba, en una mesa para dos, cuyos sillones eran bastante estrechos y miraban el uno al otro. Ka miró alrededor. No recordaba haber estado nunca.
Adrián miró a Ka, aprovechándo que ésta estaba entretenida con el decorado. Volvió a ver esa horrible herida que a él tanto le dolía. ¿Quién podía hacerla daño? Él sería incapaz...
Ka le pilló mirándole la herida y resopló. Adrián le lanzó una mirada de compasión.
-Adrián, déjalo.
Asombroso como se entendieron con las miradas.
-Ka, no puedo dejarlo, de verdad.
Ka le lanzó una mirada de súplica.
-Por favor, cuéntamelo- insistió Adrián.
Ka no quería tener la mañana discutiendo sobre si contarle o no las cosas. ¿Y que más daba? Adrián no conocía a Yoli, ni a "El raya" ni nadie de esos. Podía desahogarse con él perfectamente. ¿El problema? Que ella nunca se desahogaba con nadie, no le gustaba contar sus cosas y menos depender de un "amigo". Pero no la quedó más remedio que contárselo por encima, para que al menos dejara de darla la lata.
-¿Me prometes que no vas a contar nada?
-¿Me creerás si te digo que sí?
Ka hubiera contestado rápidamente que no. Pero con Adrián era diferente, algo en su cuerpo y su mente la hacía confiar en él, a pesar de que eso no la gustaba nada. Ignoró la pregunta de Adrián y le contestó:
-Anoche tuve un accidente...
-¿¡Cómo!? ¿Con una moto, un coche?
-No, no. Esa clase de accidentes no...
Ka se quedó un momento en silencio, recordando la dura noche anterior. La voz empezó a desquebrajarse y todavía no había empezado:
-No me junto con gente buena, Adrián. Yo no soy buena gente, sólo sé fumar, beber y dar disgustos. Y quise cambiarlo...- inspiró aire para que una lágrima no se escapase de su lugar- Quise dejar toda esa mierda atrás... Pero la cosas se complicaron, Yoli me presionó y...
Ka tuvo que parar, algunas lágrimas ya se había caído.
-¿Y qué pasó?- preguntó Adrián no muy insistente.
Ka tragó saliva y contestó:
-Que la mandé al hospital inconsciente.
Adrián no podía creer lo que Ka le acababa de contar. Se sorprendió a la vez que Ka rompió a llorar otra vez. ¿Ka había mandado al hospital a una chica? Esa chica, cuyo nombre ni se acordaba, a Adrián le daba igual. Lo que le importaba mucho era lo que Ka había echo. ¿De verdad Ka era así? No podía ser...
-Ka...
-Y ahora no sé que hacer- dijo entre sollozos- Llegará una denuncia a mi casa, y antes de eso... Antes de eso ¿qué hago? No puedo volver con ellos... No sé que harían conmigo...
Adrián la cogió de una mano que tenía apoyada en la mesa y la enterró entre las suyas. Miró a Ka con unos ojos bastante sinceros y la dijo:
-Tranquila. Me tienes a mí.
Ka dejó de llorar instantáneamente. Le miró con ojos sorprendidos. ¿"Me tienes a mí"? ¿Qué quería decir con eso? ¿Que podía contar con él?
-¿Qué quieres decir...?- dijo desconcertada.
-Que si necesitas ayuda, puedes confiar en mi, que si necesitas alguien con quien salir, puedo salir yo contigo, y que si necesitas hablar, tengo dos oídos.
-Ya sé que tienes dos oídos...
Ka no sabía que decir. Nadie en la vida le había dicho esas palabras. Confiar, desahogarse, hablar con alguien... Es algo que Ka nunca había experimentado, menos con él.
-No sé... ya veré que hago.
Pero a Ka nunca le convencía la gente. Podrían tratarla muy bien, pero su pequeño trauma la volvía más orgullosa e independiente y la acababa dejando aislada y sola.
-Está bien. Mañana volveré a la calle principal por si te apetece salir. Mañana te prometo que el helado lo eliges tú.
Ka se rió por primera vez en todo el día.
-No hace falta que vuelvas a la calle principal.
-Entonces, ¿cómo vuelvo a verte?
-Llámame.
-No tengo tu número de teléfono.
En ese momento vino la camarera con los helados y los puso casa uno con su dueño.
-Perdone, -la interrumpió Ka- ¿Me podrías dejar un bolígrafo por favor?
-Claro- sonrió la camarera.
Y se fue con su notable risa falsa y cansada. En un minuto la tuvo de vuelta con el bolígrafo que se lo tendió a Ka.
-Gracias.
Y volvió irse.
Ka cogió una servilleta de estas que el papel son tan duro que araña, y escribió allí su número de teléfono. Luego dobló el papel en dos y se lo dio a Adrián.
-No me acoses con llamadas ni mensajitos- dijo Ka de broma.
-Tranquila, sólo te llamaré 10 veces al día y te mandaré 7 sms.
-Más te vale que no sea así.
Y se rieron juntos. Adrián cogió su cuchara y se metió a la boca el primer trocito de helado de fresa.
-Mmmmm, pruébalo Ka, está riquísimo.
Ka cogió su cuchara no muy decidida.
-Vamos, empieza por el de fresa.
Ka cogió un trozo de helado de fresa bañado en caramelo y trozitos de galletas con virutas de chocolate. Se lo llevó a la boca parecía que con miedo y cuando se metió la cuchara puso cara de asco. Pero enseguida le cambió la cara a una mucho más agradable.
-Mmmmm, ¡Joder está buenísimo!
-Te lo dije. Me alegro de que te haya gustado el secreto de mi infancia.
-¿Quién te lo enseñó?
-¿Cómo?
-El helado. ¿Quién te enseñó este helado por primera vez?

-De pequeño me lo pedía mi madre todos los viernes cuando veníamos a merendar después del colegio. Desde entonces siempre me pido este helado.
A Ka le entró mucha curiosidad al coger más confianza con Adrián:
-¿Cómo son tus padres?
A Adrián le pilló por sorpresa aquella pregunta. ¿Que cómo eran sus padres? Indescriptibles...
-Eh... bueno... ese es un tema del que no me gusta mucho hablar.
Ka entendió que a Adrián no le gustara hablar del tema e incluso que no hubiera todavía esa confianza.
-Oh, tranquilo. Te entiendo, los míos tampoco son para tirar cohetes...
-Bueno, disfrutemos del helado. No tiene por qué ser hoy cuando nos conozcamos.
A Ka le gustó mucho tal respuesta.
-Desde luego que no.
Pero una parte de los dos sentía que ya se conocían, como si llevaran juntos toda la vida. Ka pasó la mejor mañana que había tenido en mucho tiempo y Adrián no se sintió para nada solo.


Por la noche...


Adrián se había pasado toda la tarde encerrado en su cuarto pensando en la maravillosa mañana que había pasado con Ka. Se habían reído mucho y había conseguido que le contase su problema. Quiso acompañarla a casa, pero ella no se dejó.
-Sé cuidarme de mi misma- dijo.
Y entonces Adrián tuvo que irse a su casa. No comió por el poco hambre que tenía después de un empachón de helado. Luego se tumbó en su cama y se puso pensar durante toda la tarde.
Cuando ya eran las 11:11 de la noche a Adrián se le ocurrió una cosa. Buscó la servilleta donde tenía apuntado un número y cogió su móvil.


En casa de Ka a las 11:11 de la noche...


-Bip, bip- sonó el móvil.
Un mensaje había llegado.
Ka lo abrió tan rápido como lo leyó.
Acabó riéndose:
"TRANQUILA, ESTO ES UN ACOSO MODERADO. SOLO ES EL PRIMER MENSAJE DE LOS 9 QUE TE MANDARÉ ESTA NOCHE".
Segundos más tarde recibió otro:
"ESTOY DEMASIADO CANSADO PARA ACOSARTE. LO DEJARÉ PARA MAÑANA. BUENAS NOCHES KA".
Ka tecleó rápido una respuesta para que Adrián la recibiera antes de irse a la cama:
"BUENAS NOCHES, ACOSADOR. MAÑANA ME CAMBIARÉ EL NÚMERO DE TELÉFONO".
Sonrió, suspiró y se fue a la cama ella también.

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