martes, 8 de noviembre de 2011

Capítulo 7

2 de Septiembre de 2010:


El olor a tortitas impregnaba toda la casa. Ka se levantó con bastante hambre. Eran las 12:30 de la mañana y su abuela llevaba haciéndola su desayuno favorito durante dos horas. Ka sonrió. Se puso las zapatillas y sin vestir, con el pijama, salió al comedor. Cerró los ojos y respiró hondamente:
-Huele muy bien.
Su abuela salió de la cocina con el sirope de chocolate negro y blanco. Los dejó sobre la mesa y dio un beso en la frente a Ka.
-Buenos días, princesa.
-No me llames princesa, abuela- dijo sonriendo Ka.
-Sabes que para mí siempre lo serás.
-He crecido, abuela.
-Sí, y por eso te llamo princesa y no princesita.
Ka rió con su abuela. Se sentía especialmente bien aquel día, su primer día en España después de tanta tortura con su madre. Su abuela volvió a meterse en la cocina, y esta vez salió con las tortitas, doradas, esponjosas. Ka las miró bien. Parecían tener una pequeña boca que gritaba "¡Cómeme! ¡ Cómeme! ¡Estoy recién echa y soy muy dulce!". Ka se relamió los labios. Solo faltaba el vaso de leche y el Colacao. Su abuela no tardó nada en traerlo. Lo dejó todo sobre la mesa y cogió el plato de las tortitas.
-¿Chocolate blanco o negro?- le preguntó a Ka.
-¿Cuál es mi favorito?- dijo irónicamente ella.
-Ah, así que con ironías. Entonces, mejor será no tener chocolate para elegir, ¿no crees?
Su abuela hizo amago de coger lo siropes de chocolate y llevárselos de vuelta a la cocina. Ka, la paró agarrándola del brazo.
-Chocolate negro. Me encanta el chocolate negro.
-Está bien.
Su abuela abrió el sirope de chocolate negro y roció las tortitas. Éstas absorbían el chocolate como las plantas absorben el agua. Luego, una vez terminado cerró el bote y lo dejó sobre la mesa. Ka empezó a embullir las tortitas. Su abuela se sentó sobre la silla que había al lado, con un cojín incorporado, suspirando, incluso jadeando y sudando.
-¿Estás bien, abuela?- dijo Ka saboreando su segundo trozo de tortita
Su abuela la regaló una sonrisa de complicidad.
-Si, estoy bien, tranquila. Solo un poco cansada. Últimamente me cuesta más hacer todas las cosas.
Ka se sintió mal por ella. Su abuela limpiaba la casa, hacía las comidas, las compras y educaba a Ka desde hacía 16 años, y ella jamás le había ayudado en nada. Pero es que la naturaleza de Ka no la dejaba pronunciar un simple "¿Te ayudo?". Ni si quiera sabía cocinar, ni limpiar. Por mucho que quisiera ayudar a su abuela...
-Vaya, lo siento mucho...- no supo que decir.
-Bueno, puedes hacer algo para ayudarme.
-Claro, dime.
-Por las mañanas es cuando más cansada estoy, cuando más cosas hago. Me gustaría que, ahora que todavía es verano, fueras a comprar el pan todas las mañanas. Está cerca, y tú siempre sales por las mañanas. A mi, sin embargo, después de hacer toda la casa y con mi edad, esa calle se convierte en un infinito camino y me cuesta mucho salir de casa.
A Ka no le molestó en absoluto que su abuela la pidiera aquello. Era algo fácil que a ella no la costaría nada. Era algo que sabía hacer perfectamente y, si a Ka se lo pedían, ella lo hacía.
Tragó casi el último trozo de su primera tortita y sonrió amablemente:
-Lo haré. Voy a ayudarte, tranquila.
Su abuela se emocionó al ver a Ka tan contenta y dispuesta a ayudarse. En su corazón se encendió la llama de la posibilidad, de la esperanza. Quizás ese pequeño detalle fuera el comienzo de otros, que, a su vez, sumarían un gran cambio en ella, sumarían el poder ser una familia normal y feliz.
Se levantó y abrazó a su nieta emocionada. 
-Muchas gracias, Ka. No sabes cuanto te valoro esto, de verdad.
A Ka la alegró ver a su abuela así de emocionada.
Pero, ¿por qué? Simplemente era ir a por el pan...
Jamás lo entendió.


En casa de Adrián...


Su mirada era fría, calculadora de carácter, dura y amenazadora, distante por el alcohol que posiblemente a primera hora de la mañana ya habitaba en su sangre.
-¿Qué hacía ayer él aquí?- dijo muy despacio y ásperamente.
Adrián no se detuvo a mirarle a la cara ni su taza de café con sal. Simplemente hizo lo de siempre: respirar hondo para controlar su rabia, pensar una respuesta y contestar sin parar de hacer lo que estaba haciendo, en este caso, su desayuno.
-¿ Quién es él?
-¡No te hagas el tonto!- se mosqueó su padre pensando que le había tomado el pelo.- ¿Qué hacia ayer Carlos aquí?
Adrián suspiró. Olía a bronca y discusión por todos los lados.
-La tía llamó ayer por la mañana...
-Lo sé. No hace otra cosa que joder pensando en hacerme daño.
Adrián sabía perfectamente que no era así, pero, con un borracho como él, agresivo, testarudo, era mejor no corregir. Prosiguió con la explicación queriendo terminar cuanto antes toda conversación con su padre:
-La tía trajo a Carlos. Quería que viniera a vernos, hacía mucho tiempo que no sabíamos de ellos, y bueno, vino.
-¿Quién os dió permiso?
-No quisiste hablar con la tía...
Su padre ignoró por completo todas sus palabras.
-No quiero que vuelva.
-Es mi primo. Y tu sobrino.
-Ese no es mi sobrino. No quiero a nadie en casa molestando, ¿entendido?
Adrián apretó muchísimo los puños y casi temblaba de rabia. Su padre estaba empezando a tratarle como trataba a su madre. su madre era muy joven cuando se enamoró de Ricardo, su padre y se quedó embarazada con 20 años. Eran muy felices hasta que Ricardo empezó prohibiéndole ver a sus familiares y amigos. Nadie entraba en casa...

Ahora Adrián comprendía a su madre, y no estaba dispuesto a que le ocurriera lo mismo:
-Son mi familia y vendrán cuando quieras.
Un golpe seco se oyó en la cocina.


Después...


Caminaba por gris ladrillo de la acera de la calle principal. No tenía un rumbo prefijado, simplemente se alejó de su casa lo más que puso y caminó cabizbajo hasta el centro de la ciudad.
Se llevó la mano derecha  a la mejilla izquierda.
-Hijo de puta- susurró.
Estaba realmente cabreado. Jamás había sentido esa rabia destructora, contenida en el cuerpo. Su padre fue el culpable de que Adrián perdiera lo más importante de su vida y ahora quería alejarle del poco contacto que mantenía con alguien. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué decía esas cosas,, que Carlos no es su sobrino?
Llegó a la conclusión d que el alcohol no lo dejaba pensar. El etanol le había destrozado todo el cuerpo, su sangre ya no era pura, tenía los ojos desquiciados, y la vida apagada. Pero si sólo fuera eso, Adrián no estaría allí. No sólo la vida de su padre se veía en ruinar, todo aquello era como una bomba atómica que caía directamente sobre él. Su propio padre infectado iba a acabar con él.

La mandíbula de Adrián acumulaba un grado de tensión increíble cuando levantó la cabeza del suelo y miró al frente. En la gran calle había bastante gente, casi como un simulacro de la Gran Vía de Madrid. Había muchas chicas mirando escaparates, chicos riendo a carcajadas, padres primerizos con sus carritos... Pero los puños de sus manos apretados y su mandíbula apretada quedaron vencidos al verla.
Entre bastante gente, ella, corriente como una chica cualquiera, destacaba a los ojos de él. Caminaba frente a él con prisa, seguramente su bonita sudadera verde la estaba asfixiando de calor...
Se acercó y Adrián empezó a temblar. Un escalofrío le subió por la espalda cuando Ka pasó por su lado. Luego, la decepción al ver que no le había visto y casi le había rozado. Llevaba unos grandes cascos en las orejas, y su cabeza concentrada en casa una de las canciones.
No le había visto.
Había pasado de largo.
Adrián llevaba un mal día pero aquello era probablemente lo que más le había dolido. ¿Qué tenía Ka que por el echo de no haberle visto se quedaba destrozado? Adrián lo sabía: Ka era la única persona que le había "visto" n mucho tiempo y, por un enfado tonto había perdido aquella sensación de no estar solo en el mundo.
Llevaba si verla mas de una semana y aquello le fastidiaba mucho, ¿Por qué no podía verla otra vez? Quería verla otra vez, por orgullo o por vete tu a saber por qué. El no estaba dispuesto a dejarla escapar.
Se fijó bien en la calle donde se encontraba y volvió  a su casa.


En casa de Ka...


Ka había pasado toda la tarde hablando con su abuela y contándole lo mal que lo había pasado en Londres.
-tu madre ha hecho un gran esfuerzo por ti. Te quiere, Ka. Reconoce que se equivocó y sólo quería remendar su error.
-Lo sé, abuela, pero esas no eran las formas.
-No, desde luego que no.
Ka recordó por qué otro motivo tuvo que irse a Londres. Se puso sería y suspiró cuando dijo:
-Abuela... ¿puedo preguntarte algo?
-Claro, hija, dime.
-¿Es verdad que le dijiste a mamá que no podías más conmigo? La expresión de su abuela cambió en cuestión de segundos a una mucho más seria.
-Es cierto, sí.
Ka hubiera llorado si su carácter orgulloso no existiera.
-¿No puedes conmigo?
-No es eso...

-¿Entonces qué es?
-Ka, yo soy muy mayor y no puedo levantarme todas las noches llevándote la palangana para que vomites o pasarlas en vela esperando a que vengas, como siempre, a las 4 de la madrugada borracha. Puedo cuidarte si tú me ayudas...

Ka reflexionó sobre todo el daño que había causado a su abuela desde que pasó "aquello". Ka se había vuelto rebelde, y no se había dado cuenta de que bebiendo y fumando porros solo conseguía joder a su abuela. Al final siempre ella era la que acababa destrozada.
-Lo siento, abuela...- dijo Ka con la voz apagada.
Su abuela la sonrió.
-No me pidas perdón. Reacciona. No lo hagas más, por favor.
Ka, no lo pensó:
-Te lo prometo.
Pero el politono de su móvil se activó sin saber lo que venía después.


Más tarde...


Ya eran las 22:00 de la noche cuando Ka se dirigía al viejo puente. En aquellas noches de Septiembre ya refrescaba. Ka se puso la única sudadera que consiguió que la comprara su madre en Londres: "Franklin & Marshall" color azul claro. Quizás un poco pijo para ella, pero no la importaba. 
Se había recogido el pelo en una coleta alta, como hacía mucho tiempo que no se la ponía; pero de tan largo que tenía el pelo, éste la caía sobre un lado llegando al pecho. El flequillo por supuesto le tapaba toda la frente y parte del ojo izquierdo.
Aquella noche estaba más guapa de lo normal cuando recibió a sus "amigos".
-Teneos una sorpresa para ti- dijo "El raya"
"El raya" era de las personas más colgadas que Ka había conocido. Era adicto a todo. Hierba, piedras, polvos... Le daba igual lo que fuera si le dejaba totalmente drogado. Se habían corrido rumores de que se había enganchado a la cocaína, y sus restos de sangre alrededor del agujero izquierdo de la nariz lo confirmaban. Tenía un aspecto degradante: dientes amarillos y algunos rotos, estaba en los huesos y con heridas por la cara y el pelo  despeinado. La barba de tres días conjuntaba perfectamente con la misma camiseta de siempre, ancha y blanca (o al menos cuando se la compró) y sucia. Muy, muy sucia.
-No me digas- dijo Ka temiéndose lo peor.
"El raya" sacó de su bolsillo del pantalón de chándal un saquito, transparente y muy pequeño, donde se resbalaba dentro un polvo blanco muy fino.
-Son 10 gramos- dijo "El raya" muy contento.
A Ka no le hizo tanta gracia.
-¿Qué es eso?- dijo Ka a pesar de saberlo.
-Coca, preciosa. Esta noche nos lo vamos a pasar muy bien...
Ka sabía como iba a acabar la noche, y no quería ambulancias ni policía por medio.
-Yo me marcho- dijo muy seria.
La gente empezó a abuchearla y una chica de rizos pelirrojos natural la agarró por el brazo y la hizo girar cuando Ka ya había dado los primeros pasos para marcharse.
La chica era bajita, más que ella y tenía los ojos verde oscuro. Iba vestida con una sudadera azul "Grimey" que la quedaba demasiado ancha y con unas mallas de color negro a juego con sus botines "Nike".
-No puedes irte- la dijo casi amenazante la que era su "mejor amiga" si se podía llamar así.
Ka y ella se conocieron a los 3 meses de que pasara "aquello". Se conocieron en una tienda de ropa ancha, cuando fueron a coger la misma camiseta. Se pelearon por ella, se insultaron e incluso levantaron la mano, pero acabaron riéndose juntas. Desde entonces, Ka se fue con ella y su grupo actual, pasándoselo genial de fiesta en fiesta.
-Tengo que irme, Yoli- le dijo Ka intentando mantener la calma.
Yoli tiró de ella para tenerla a su lado y obligarla a hablar en privado. Cuando se alejaron un poco, los demás abrieron las botellas de Whisky, y empezaron a esnifar blanco.
-¿Qué coño te pasa, Ka? Llevas un tiempo rarísima. Últimamente no eres tú...
-Nunca he sido yo...-susurró Ka.
-Quiero que vengas conmigo y bebamos y fumemos como siempre.
-No, Yoli. Eso se acabó. No puedo defraudar a mi abuela.
-Vamos, tía, ¿qué más da tu vieja?
-Me voy, Yoli, suéltame.

Yoli apretó más fuerte el brazo de Ka.
-No hagas esto, no me obligues...- decía Yoli con un tono rabioso y triste a la vez.
Ka tiró del brazo y se liberó de las garras de Yoli. Se miraron mal, realmente mal.
-Me has abandonado, sucia perra...- dijo Yoli.
-Te equivocas,-dijo Ka- aquí la zorra eres tú. ¿Sientes que te he abandonado? ¿Es que hoy no tienes un nuevo chico con quién follar? Dime, Yoli, ¿es que no encuentras a alguno que no te lo hayas tirado ya?
Ka se arrepintió enseguida de haber soltado tal discurso. Yoli hizo una mueca entre sonrisa irónica y enfado y corrió hacia Ka tirándola al suelo. La agarró de la coleta intentándola usar para darle en la cabeza contra el suelo una y otra vez.
-¡ Retíralo!- chillaba.
-¿Te duele la verdad?- soltó Ka a la vez que un puñetazo en la cara de Yoli.
La demás gente, ya un poco colocada vio a las dos chicas revolcándose en el suelo, chillando y tirándose de los pelos. Fueron corriendo a observarlas y corearlas, pero a ninguno se le ocurrió separarlas.
Yoli devolvió el puñetazo a Ka y le propinó uno más de regalo.
-¡Eres una traidora! ¡He dado muchas cosas por ti!- gritaba Yoli.
-¿Te crees buena amiga? ¿Te crees que por el echo de contarme tus sucios secretos eres una buena amiga?
Ka la agarró del pelo a Yoli y la zarandeaba la cabeza haciéndola un daño horrible en las raíces.
-Seguro que lo he sido mejor que tú. ¡Blanda, que eres una mierda!
Cuando Yoli fue a dar un puñetazo más, la adrenalina en el cuerpo de Ka hizo que la parase tal ataque y se pusiese encima de Yoli.
-¡Ni si quiera te puedes llamar amiga! Siempre has preferido irte con cualquier persona con polla y me has dejado de lado en los momentos malos. Y cuando llegan los tuyos ¿qué? ¿Eh?, cuando tu estás mal ¿tengo que permanecer contigo? ¡Lo siento pero no!- gritaba Ka a la vez que atizaba una serie de puñetazos a Yoli.
-¡Pelea, pelea!- gritaba la gente de fondo.
-¡Suéltame, zorra!- chillaba Yoli debajo de Ka.
Pero Ka no paraba. No podía controlarse. Era tanta la rabia que tenía acumulada que la descargó toda en aquella absurda pelea, con Yoli, la que había sido su mejor amiga. Ka solo pudo parar cuando la gente empezó a preocuparse y Yoli llevaba sangrando por la nariz y los labios un buen rato. Yoli había dejado de defenderse, estaba totalmente destrozada.
-¡Joder!- dijo alguien cuando Yoli cerró los ojos- ¡Llamar a una ambulancia!
Ka se quitó de inmediato de encima suya y se asustó al ver el lamentable aspecto que le había dejado. Labio inferior roto, grandes moratones por la cara, alguna que otra brecha y quién sabe que había pasado con su tabique nasal.
-Dios mío...- susurró.
¿Todo aquello lo había echo ella? Pero, ¿qué pasó? ¿Por qué casi la mata? Todo era tan absurdo...
Alguien se acercó a Ka y sugirió:
-Es mejor que te vayas Ka. Han llamado a la ambulancia y va a venir la policía. Y tú, estás manchada de sangre.
Un nuevo color se había añadido a la sudadera azul.


Tan solo 10 minutos después...


De camino a casa Ka tenía un lío impresionante en la cabeza.
Jamás la había dado miedo la policía, ni sus denuncias. De echo en el pasado había recibo alguna que otra por botellones. Pero lo de aquella noche fue una agresión. Una agresión importante.
Ka no se merecía aquello. Era una buena chica. Se había dejado llevar por su rabia y su  impulso. La culpa la tuvo Yoli por ponerse así con Ka. Pero ni ella misma se lo creía.
¿Qué le iba a decir a su abuela? "Verás abuela, me calenté porque no quería esnifar toda la cocaína que había en aquella fiesta y acabé dejándola inconsciente". No, no, no. No podía decirla nada. Acababa de conseguir volver de Londres y no podía defraudar a su abuela tan pronto.
Tras todo el largo camino del puente a casa, Ka decidió tirar a la basura su sudadera nueva, manchada de sangre. Todavía quedaban rastros de aquella pelea, como por ejemplo un gran golpe que tenía en el pómulo derecho. Pensó una buena escusa para pasarlo por alto.
Decidió también que lo mejor era no decirle nada a su abuela, por si acaso esa denuncia nunca llegaba. Y si llegase, Ka habría tenido más tiempo para pensar un plan, o simplemente como decírselo a su abuela.
Llegó a su casa y abrió la puerta con las llaves muy despacito con la esperanza de que su abuela...
-Ka, ¿eres tú?- dijo su abuela en el comedor.
Ka respiró hondo antes de entrar y se deseó así misma esa suerte que jamás había tenido.
-Sí, soy yo abuela. Me voy directa a la cama que estoy muy cansada.
Es cierto que para ir a su habitación tenía que atravesar el comedor, pero pensaba hacerlo a toda prisa, para que su abuela no pudiera ver cosas innecesarias.
Pero la suerte tampoco la acompañó esta vez.
-Ka, acércate un momento, por favor.
Ka apretó un puño y se sentó al lado de su abuela. Su abuela vió el gran golpe y abrió muchísimo los ojos, alarmada:
-¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado, Ka?
Ka activó su mentira piadosa:
-Me dí contra una farola.
-¿Una farola?
-Si, por la calle. Iba distraída.
-Es muy grande...- su abuela hizo amago de tocársela pero cuando hubo apoyado tan solo un dedo sobre la herida Ka se quejó de dolor.
Retiró la mano.
-Deberías irte a dormir. Descansa y mañana lo tendrás mejor.
-Eso espero- dijo Ka.
Y las dos, juntas, se fueron a la cama.





















No hay comentarios:

Publicar un comentario