martes, 8 de noviembre de 2011

Capítulo 6

1 de Septiembre de 2010:


Alguien llamaba a las 10:00 de la mañana. El timbre del teléfono retumbaba  e las paredes de toda la casa, dormida. Alguien abrió los ojos de golpe y con pereza se levantó de la cama. El teléfono insistía.
-¡Cógelo, joder! - gritó desde otra habitación su padre.
Adrián abrió la puerta de su habitación, dirección al salón donde se encontraba el teléfono. Decidió no contestar a las voces de su padre y responder a aquel horrible timbre.
-¿Sí?- dijo Adrián con la voz dormida.
-Adrián, ¿eres tú?- dijo al otro lado del teléfono una voz femenina, madura pero muy dulce.
-Sí, soy yo. ¿Quién es?
-Soy yo, la tía Sofía.
Adrián se sorprendió de que llamase su tía Sofía, la madre de su primo Carlos, con el que jugaba a fútbol de pequeño y del que no sabía nada desde hacía un año.
La tía Sofía era la hermana de su padre, la única que tenía. Era una mujer de 40 años, dulce y sensible y con un sentimiento materno muy grande, el cuál nunca pudo utilizar con su único hijo, Carlos, debido al carácter agrio que poseía. Desde pequeñito se veía su mal humor, lo poco cariñoso que iba a ser. Pero según fue creciendo, aquello empeoró hasta llegar casi al descontrol. A los 16 años, Carlos no sabía hacer otra cosa que discutir a voces con sus padres y dar portazos. A los 17 años, empezó a tomar alcohol, demasiado alcohol y porros. Esto le hizo perderse todavía más hasta al punto de, un día tras llegar borracho a casa, levantar la mano a su madre. Por suerte su padre le tranquilizó y le acostaron en la cama. Al día siguiente aquel suceso parecía no recordarlo nadie.
-Hola, tía Sofía. ¿Qué tal?
-Nosotros estamos bien. ¿Qué tal vosotros?
-Bien...- no sonó para nada convencido. Sin embargo, su tía no preguntó y Adrián se lo agradeció mucho.
-¿Cómo está tu padre? ¿Dónde anda?
Adrián suspiró. Fue a preguntar su tía por un caso perdido.
-Está dormido, en su habitación. Ayer llegó a las tantas del trabajo muy bo...
-Cansado- cortó su tía sin querer oír la realidad- Tu padre viene muy cansado del trabajo siempre, necesita ayuda.
Adrián se enfadó mucho. Todo el mundo defendía a su padre porque no le conocían. Todo el mundo veía inocente, pobre a su padre. ¿Y los demás? ¿Y él? Él era el gran inocente de todo y nadie le prestaba la atención que le prestaban a su padre.
-¿Puedo hablar con tu padre?- preguntó la tía Sofía.
-No sé... Puedo intentar convencerlo...
-Sí, hazlo. Gracias, Adrián.
-Vale, espera un momento...
Adrián cogió el teléfono portátil y se dirigió a la habitación de su padre. No le hacía nada de gracia tener que convencerlo para que hablara con la tía Sofía. Sabía que era un intento inútil, que era perder el tiempo enfadándole aún más. ¿Pero qué podía hacer? Como siempre, en medio de todas las disputas estaba él.
Cuando llegó a la puerta de la habitación de sus padres, suspiró y armándose de valor abrió la puerta. Intentó no hacer ruido, aunque era absurdo puesto que ahora tendría que despertar a su padre. Entró sigiloso y se puso delante de la cama de matrimonio. Su padre estaba ahí, tirado, durmiendo con la ropa puesta. La misma ropa que llevaba puesta el día anterior, y el día anterior, y que olía a alcohol y tabaco.
-Padre, quieren hablar contigo.
Su padre lo único que hizo fue emitir un ruido ronco, a modo de protesta.
-Es la tía Sofía, pregunta por ti.
-Déjame en paz, quiero dormir.
-Papá...
-Vete...- dijo ya muy molesto.
-¿Es que no piensas hablar con tu hermana? ¿De verdad vas a hacerla esto?
Su padre cogió un jarrón que había en la mesilla de noche al lado suyo y lo lanzó contra Adrián con tanta brusquedad que, por suerte al chocar contra el suelo y no contra él, estalló en mil pedazos.
-¡Vete de una puta vez!- le chilló furioso.
Adrián salió de la habitación corriendo y cerró la puerta para dejar de oír las amenazas de su padre.
La tía Sofía lo había oído todo. Ricardo, su hermano, estaba fuera de control. Ya no era él. Sofía temía que Ricardo perdiera el control algún día, pero tampoco sabía como podía ayudar.
-No quiere ponerse- dijo Adrián con el corazón a mil por hora por el susto que le había provocado ese jarrón lanzado con tanta rabia.
-Ya he oído la discusión... -la tía cambió de tema- Por cierto, Adrián, ¿tienes algo que hacer esta tarde? ¿Has quedado con tus amigos?
"No tengo amigos" pensó él. Pero, qué raro. ¿Qué hacía la tía Sofía preguntándole por sus planes?
-Emm... No, no tengo ningún plan hoy.
-Perfecto. Le he dicho a tu primo Carlos que se pase hoy a verte, que hace mucho tiempo que no os veis.
Adrián se quedó de piedra. Hace poco precisamente estuvo pensando en el tiempo que llevaba sin ver a su primo Carlos, en lo felices que eran jugando de pequeños, y ahora, volvería a verle de nuevo. Pero Adrián sabía que no volvería a ver a su primo de siempre. Carlos era ya otra persona.
-¿Qué te parece?- dijo la tía Sofía.
-Bien... sí. Me parece muy bien, tía.
-Estupendo. A las 6:00 de la tarde estará allí, ¿vale?
-Sí, de acuerdo.
-Un beso Adrián. Cuida de tu padre, por favor.
-Adiós tía Sofía.- no quiso contestar nada de su padre.
Y colgaron los dos a la vez.
En otra ciudad, un poco cerca de la de Adrián, un chico de 18 años ha escuchado la conversación que ha tenido su tía con su primo pequeño.
-¿Cómo que a las 6:00 de la tarde estará allí? ¿Quién?
Sofía se giró a su hijo y suspiró. Sabía que ahora tocaba discutir con su hijo, convencerlo de algo que no le hacía nada de gracia.
-Carlos, necesito que me hagas este favor.
-Ah, genial. Quedas por mí con alguien sin ni siquiera consultármelo. Muchas gracias, pero no necesito un manager personal.
-Están muy mal, Carlos. Y temo que tu primo Adrián acabe mal... Me gustaría que fueras a pasar la tarde con él y vieras un poco el panorama. Que vigiles un poco a tu tío Ricardo.
Carlos se lo pensó mucho. No tenía muchas ganas de ver a su primo y encima esa tarde tenía una fiesta. Pero decidió ir a visitar a su familia. No lo hizo por su madre, ni por su tío. Lo hizo por él, y por el que fue su mejor amigo durante la infancia. Cierto era que llevaba mucho tiempo sin ver a su primo Adrián, y ya era hora de ver como había crecido desde que dejaron de verse.
-Está bien. Pero que sea la última vez que haces planes sin consultármelo- la señaló amenazante.
Jamás le gustó que su madre se saliera con la suya.


En Londres...


-Mamá ya hemos hablado esto...- dijo Rosa por el teléfono.
-Rosa, Ka estaba muy bien aquí. Allí solo vas a hacerla sufrir...
Rosa suspiró.
-Soy su madre, tengo todo el derecho del mundo a llevármela a vivir conmigo.
-Claro que tienes derecho, pero su respeto y confianza no te lo ganarás así.
Rosa tragó saliva. Lo cierto es que su hija llevaba tres días seguidos encerrada en su habitación sin salir de allí y sin dirigir la palabra a nadie. Parecía como si no existiera.
-Rosa... no seas cabezota. Trae a Ka de vuelta.
-No sé, madre...
-Vamos... Esta noche haré cena para las dos.
-Ya veré, madre. Ya veré.
Y colgaron las dos.
Rosa suspiró. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora ella? ¿Dejaba marchar a Ka? ¿Intentaba hablar con ella? ¿Convencerla?
Si la dejaba marchar todos estarían contentos... menos ella. Volvería a perder a su hija ahora que la había recuperado. Pero tampoco podía retenerla como estaba. La segunda opción, hablar con ella para intentar convencerla de que se quedase en Londres, junto a ella, era totalmente un fracaso. No merecía la pena pensar esa opción. Acabarían discutiendo como siempre y sin resolver nada. Pero, ¿qué podía hacer?


A las 6:00 de la tarde, en casa de Adrián...


Llamó al timbre después de mucho pensárselo. ûso la mano sobre la verja preparado para empujarla cuando dieran al interruptor para abrirla. Pero nadie dio al interruptor, si no que un chaval salió de la casa y fue corriendo a abrir la verja de su parcela.
-¡Amigo!- se dieron un abrazo y se golpearon la espalda.
Adrián se separó de aquel chico alto, muy moreno de piel y de pelo y de ojos marrones, bastante feos.
Los dos se observaron de arriba abajo. Carlos, el primo mayor de Adrián estaba más fuerte. Dejaba ver sus bíceps en un camiseta de tirantes negras, y unos pantalones vaqueros, algo caídos del culo, hacían juego con unos botines Nike. Llevaba colgado del cuello un rosario blanco, y en la oreja derecha descansaba un nuevo pendiente. El pelo lo llevaba engominado, de punta.
Carlos le dio un pequeño puñetazo en el brazo:
-¡Veo que no has cambiado nada, primo!
Adrián no podía decir lo mismo de él...
-Ya, bueno... -decidió no decir nada de lo que en realidad pensaba- Vamos, entra.
Los dos entraron a la pequeña parcela. Adrián le ofreció entrar en casa, pero Carlos no quiso:
-No, espera. Quedémonos un rato fuera, que me apetece un piti.
-¿Un qué?
-Un cigarro, ya sabes.
Adrián alucinaba. ¿Fumar? ¿Desde cuando fumaba?
Carlos se sacó el paquete de tabaco y eligió el penúltimo cigarrillo, encendiéndolo en sus labios y chupando de su humo. Le ofreció una calada a Adrián, pero lo rechazó.
-No, gracias...
-De nada, primo. ¿Qué tal estás?- le dijo dándole una palmada en la espalda.
Adrián odiaba al tipo de persona que acostumbraba a pegar a cada palabra que soltaban, por muy de broma que estuviesen, cansaba.
-Bien... ¿y tú?
-Pues que te voy a decir, primo, como siempre. No voy mal.
-Me alegro.
Hubo un silencio.
-Ah, por cierto. Gracias por venir.
-De nada primo, estoy aquí para lo que quieras. Sé que llevo mucho tiempo sin visitaros, pero es que he andado un poco liado este último año, ya sabes... Eh eh- le dijo con una sonrisa pícara dándole codazos.
Adrián le sonrió por no gritarle que le dejara de hacer eso.
-¿A que te refieres?- no pudo evitar contestar sin embargo.
-A las chicas. Dime, ¿tienes novia?
Adrián quiso rechazar esa pregunta como la mierda. ¿Novia? Pues no. No tenía. No quería recordar el término "novia", y no le interesaba para nada después de todo lo sucedido. Sin embargo, no pudo evitar pensar en alguien.
-No, novia no tengo...
Carlos se rió.
-Pero venga, alguna tendrás fichada, ¿a que sí?
Adrián hizo amago de sonreír, pero desapareció enseguida.
-Bueno, conocí a una chica hace poco.
-¿Os habéis liado?
-No, que va. Solo hemos salido por ahí un par de veces... La conocí en el puente.
-El puente... que recuerdos me trae ese puente. Buenos y no tan buenos... Por allí ha corrido mucho alcohol y marihuana.
Sí, Adrián lo sabía bien por la noche que tuvo que llevar a Ka a su casa, salvándole de la policía.
-Hace bastante tiempo yo conocía a una chica- empezó a contar su primo Carlos, bastante serio- Era muy guapa, muy pijita. Castaña, de pelo cortito. Vestía siempre con encajes y sedas y su piel olía a chocolate. Era una crema que se compró en Holanda. Nos hicimos amigos muy pronto, y casi siempre nos sentábamos en el puente a hablar y pasar las tardes. Una vez, me preparó un picnik y comimos en el bosque. En el mismo puente la dí el primer beso. Era perfecta...
-¿Y qué pasó?
Carlos dio una calada, nervioso.
-La perdí.
-¿Por qué?
Adrián vio como sus músculos se tensaban y el puño de la mano izquierda se cerraba con violencia a la par que daba una calada tras otra. Algo gordo tenía que haber pasado.
-Una noche, bebí demasiado. Me enfadé con ella... Y bueno... No quise, pero la traté bastante mal...
Adrián estaba intrigado. ¿Qué significaba tratarla bastante mal? De todas formas, decidió no preguntar más. Carlos estaba muy tenso y nervioso y Adrián temía que acabaran mal. No merecía la pena jugar con su carácter por tan solo un par de respuestas.
Carlos terminó de consumir toda la hierba de su cigarro y lo tiró al suelo.
-Ahora estoy con otra chica. Está buenísima y folla de puta madre.
"Qué patético eres, primo" pensó Adrián. Pero como siempre, se calló.
-¿Nos echamos una Play?- se autoinvitó Carlos.
-Venga, vale. 
-Yo elijo el juego.
-Sí.
Y se fueron dentro de la casa, a jugar, casi como en los viejos tiempos.


En Londres...


-"Toc, toc"- dijo la puerta de la habitación de Ka.
Ka no constestó. No quiso, había proclamado una guerra de silencio.
-Ka, abre por favor, quiero hablar contigo.
Ka suspiró.
-No vengo a convencerte de que te quedes aquí conmigo...
Ka rió irónicamente:
-Tampoco ibas a hacerlo.
-Ka, ábreme. Traigo buenas noticias para tí- suspiró su madre.
-No sé si fiarme.
-Tendrás que hacerlo.
Ka se levantó de la cama y abrió la puerta dejando entrar a su madre.
-No te arrepentirás de abrirme- dijo Rosa.
-¿Qué quieres?- cruzó Ka los brazos.
Rosa se sentó en la cama y le hizo una señal para que ella hiciera lo mismo. A Ka no le apetecía hacer mucho caso a su madre. Tenía asumido que jamás iba a aceptar dejarla ir a España con su abuela, por lo que supuso que su madre venía a pedirle perdón, suplicarle que se quedara con ella y, finalmente, dejarla encerrada contra su voluntad en aquella horrible casa.
Acabó sentándose.
-Quiero que sepas que nunca he querido discutir contigo ni obligarte a nada que no quisieras...
-Já- interrumpió Ka.
Rosa ignoró todo punto irónico por parte de su hija y continuó:
-Pero quería retomar una relación que, en verdad, nunca hemos tenido. Una relación madre-hija. No he sabido como hacerlo, claro está...- la voz se le empezó a quebrar- Te juro que lo he intentado...Pedirte perdón y explicarte... explicarte por qué te abandoné al nacer...- terminó llorando.
Ka sentía lástima por ella, pero el orgullo y todo el daño que obtuvo gracias al abandono de su madre, le impedían consolarla y abrazarla. Era en esos momentos cuando más se notaba el daño que había hecho el pasado en ellas dos, un pasado que no las dejaba avanzar, pero tampoco retroceder.
Rosa sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió las lágrimas.
-Perdón, es que estoy un poco sensible...- todavía le temblaba el labio inferior.
Ka sospechaba que algo no iba bien:
-¿Se puede saber que quieres decirme?- dijo con toda la suavidad que pudo, quizás insuficiente.
-Ka, hija mía, quiero que seas feliz y sé que aquí no lo eres. Esta mañana ha llamado la abuela...
-¿Y qué?- dijo impaciente Ka.
-Pues que esta noche vuelves a España.
Ka no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Su madre había dado su brazo a torcer? 
-No me lo creo- soltó Ka totalmente seria.
Rosa sacó del bolsillo interno de su americana un billete de avión a nombre de Ka y un permiso para viajar sola, y se lo dio:
-Tuyo, absolutamente tuyo.
Ka se quedó sorprendida. Estaba incluso emocionada. Hacía tiempo que no sentía algo parecido.
-Sabes que este es el mejor regalo que me has echo durante todos estos años, ¿no?
-Tranquila, no espero un beso a cambio- dijo irónicamente su madre.
Ka sonrió.
-Un beso no, pero creo que un abrazo podré soportarlo.
Y Ka abrazó a su madre por primera vez. Rosa empezó a llorar de nuevo en el hombro de Ka. Sentir a su hija en aquella muestra de cariño la emocionaba especialmente. Volvería a perderla, ya no la tendía en su casa, pero solo ese pequeño detalle hacía que todo mereciese la pena y no se arrepintiera de ello.
-Solo te pido una cosa- dijo su madre todavía abrazada a ella.
-¿El qué?
-Llévate la ropa que te regalé. Es muy bonita, Ka, y confío en que algún día te las pondrás.
Ka no estaba para nada convencida, pero no quiso replicar a su madre. Aceptó y cerró los ojos disfrutando de ese abrazo.


A las 11:11 de la noche...


Llevaban muchísimo tiempo jugando a la Play, y habían apagado la televisión, descansando.
-¿Quieres quedarte a cenar?- dijo Adrián.
-No, tengo que irme. Esta noche he quedado.
-Oh, venga, ¿vas a abandonar a tu primo?
-No, claro que no. Me quedo un rato más.
A Adrián le daba casi pena que su primo Carlos se fuera. Al principio la cosa no había cuajado mucho, pero la Play hacía milagros en las relaciones entre hombres. 
-Por cierto, ¿donde está tu padre?
En ese preciso instante alguien abrió la puerta de casa, tambaleándose sobre sus propios pies.
-Ahí le tienes...
Carlos y Adrián salieron del comedor para recibir a Ricardo. Cuál fue la sorpresa- aunque para Adrián no tanto- de encontrarle borracho perdido.
-Tío Ricardo, ¿estás bien?- preguntó Carlos.
Éste, les miro con cara de asco y siguió su camino dirección a su habitación. Cerró de un portazo y comenzó a roncar.
Adrián y Carlos se miraron. Adrián encogió los hombros ante la mirada interrogante de su primo, y se dirigió a la cocina para empezar a hacer la cena.
No había mucho que decir aquella noche...


-¡Abuela!- dijo Ka más contenta que nunca.
-¡Oh, hija mía!
Su abuela salió a recibirla con la más grande de sus sonrisas. Puede que hace una semana Ka hubiera llegado borracha y se hubiera visto incapaz de cuidar a su nieta, pero sabía que habían cometido un error a llevarla a rastras a otro lugar que, por mucho que lo intentara su madre, jamás iba a ser el suyo.
Se dieron un abrazo:
-Bienvenida, Ka.
-Gracias, abuela.
-Pasa, tu habitación está tal y como la dejaste. Bueno, la he limpiado un poco, pero no he descolocado nada de su sitio. O mejor dicho, no he ordenado nada.
-Jaja, prometo arreglar la habitación.
-¡Pero vaya! Creo que me han traído otra nieta que no es la mía.
Se rieron juntas y Ka dio un abrazo de nuevo a su abuela.
-Te echado de menos, abuela.
-Y yo a ti, cielo. ¿Tienes hambre?









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