domingo, 9 de octubre de 2011

Capítulo 4.

25 de Agosto de 2010:


Rosa entró en la habitación de su hija sin hacer ruido.
Eran las 7:00 de la mañana y Ka estaba dormida. Rosa puso una mano sobre su espalda a la vez que se sentaba en el borde de la cama.
-Hija despierta...-dijo suavemente.
-Nadie me toca mientras duermo- dijo amenazante su hija.
-Ka...
-No me llames por mi nombre-cortó rápidamente.-Llámame Ka.
Su madre se quedó muda. Aquella no era la hija que recordaba tener, aunque ciertamente pocas cosas recordaba de ella.
-Está bien, Ka- la costó llamarla así- me gustaría que te levantases para poder hablar y hacer la maleta.
-No quiero- dijo Ka sin moverse todavía.
-Me dijo ayer la abuela que no te sentó muy bien. Lo entiendo, tendrás aquí tus amigos, o tu novio...
-No sabes nada. Nada de mi.
Rosa se quedó sorprendida nuevamente.
-Ka, por favor...
Ka se hartó de escuchar las tonterías que le decía su madre y se levantó de la cama a toda prisa. Empezó a hacer la maleta y dijo chillando:
-¡De por favor nada! ¡No puedes venir aquí de un día para otro y querer ser mi madre así como si nada! ¡No tienes derecho! ¡No puedes llevarme de aquí solo por que a ti se te antoje! ¡Este es mi lugar y no quiero irme! ¡Quiero quedarme con la abuela!- Ka estaba histérica arrojando sudaderas y vaqueros contra la maleta.
-Deberías venirte con nosotros-dijo Rosa intentando mantener la calma.-
-¿Con mamá y su novio pijo? ¡No, gracias!
-Ka...
-¡No quiero irme!
-¡La abuela no puedes más contigo!-chilló Rosa sin quererlo.
Ka paró de coger cosas y lanzarlas hacia la maleta. Se quedó petrificada. ¿La abuela no podía con ella? ¿Tan mal lo estaba haciendo Ka?
-Cariño...- fue a abrazarla su madre.
-No me toques.- dijo apartándose Ka.
Rosa respetó su espacio y se dirigió a la puerta para dejar intimidad a Ka, pero antes la dijo:
-No nos lo pongas más difícil, por favor... El avión sale a las 11:54, date prisa por favor.
Y salió de la habitación.
Ka se dedicó a secarse las lágrimas que al gritar se le habían escapado de su sitio , y cerró la maleta. Luego, se quitó el pijama, se vistió, cogió un paquete de tabaco y salió de casa.


En casa de Adrián...


Adrián se despertó a las 10:30 de la mañana y descubrió que no había nadie en casa. No tenía nada que hacer así que decidió hacer la casa para no tener que volver a discutir con su padre. Limpió en polvo, barrió y fregó en suelo y lavó los platos. Cuando hubo terminado estaba bastante cansado por lo que decidió tumbarse en la cama.
Miró al techo. Estaba lleno de estrellas y lunas que se iluminaban de noche en la oscuridad. Se las puso su madre cuando era pequeño, para que le iluminaran, para no tener miedo ni pesadillas.
A  Adrián siempre le había gustado observarlas, tumbado boca arriba en su cama y pensar cosas bonitas.
Pero Adrián ahora no tenía nada bonito en lo que pensar.
Sin saber por qué le vino a la mente Ka. ¿Qué estaría haciendo en ese momento? ¿Seguiría enfadada? Y lo más importante: ¿Se volverían a ver?
Adrián quería verla aunque fuera al menos una vez más. Quería saber más de ella, quería pasar una tarde más. Hacia mucho tiempo que no sentía lo que sintió con Ka: compañía, no estar solo ni incompleto.
Se llegó a preguntar si Ka le gustaba realmente y llegó a la conclusión de que por el momento Ka solo le llamaba la atención.
Pero había algo que Adrián no podía definir y sentía por ella...


Casa de Ka:


La mesa estaba puesta con el mantel mejor guardado desde hace años, el mantel para ocasiones especiales, para visitas importantes. Encima, dos tazas de té acompañaban a unas pastas, y una larga conversación fluía con la velocidad de la brisa pero la fuerza del viento.
Rosa y su madre, abuela de Ka, charlaban sobre todo lo ocurrido en la vida de ambas. Hacía muchos años que no se veían, y ni si quiera la hora que tenían para ellas dos antes de tener que irse al aeropuerto una de ellas, era suficiente para tantas anécdotas de por medio.
Pero la madre de Rosa no quería hablar aquel día de su hija, si no de su nieta.
-He escuchado los gritos que habéis dado antes...
Rosa se avergonzó:
-Oh, lo siento. Sabes como es Ka, enseguida se pone histérica.
-Sí, se como es, y por ello sé que quizás nos estamos precipitando. Creo que podré quedarme con ella, al menos un mes más de prueba.
Rosa miró fijamente a su madre y bebió un sorbo de su té.
-No, madre. Ka está irreconocible. Está incontrolable. Es mi deber cuidarla.
-Siempre fue tu deber y hasta hoy no te has dignado a hacerlo...
A Rosa le molestó tal comentario.
-Lo sé, pero esta vez algo ha cambiado. Mamá cuando te pedí que cuidaras de Ka te dejé una niña buena, no una rebelde sin causa que se destroza la vida viniendo a casa borracha.
-No vas a hacerla cambiar llevándotela a la fuerza.
-Mamá, me llamaste tú, ¿recuerdas? ¡No puedes más con ella! Y debo llevármela.
-La estamos haciendo daño...
-¿Y ella a nosotros? Ella sola está haciéndonos daños a nosotras y a sí misma.
-Déjala aquí Rosa, solo un mes más.
-No puedo mamá. De verdad que no puedo. Esto ha llegado demasiado lejos.
La madre de Rosa suspiró. Se arrepentía de haber llamado a su hija para que se llevara a Ka, pero a estas alturas ya nadie podía remediarlo, Rosa estaba dispuesta a llevarse a su hija a Londres.
Rosa se acabó su té y suspiró. Rápidamente miró la hora en su reloj de muñeca de plata y miró hacia la puerta.
-Deberíamos irnos ya.
-¿Y Dan? ¿No va a venir?
-No, tenía una reunión importante en el trabajo y le insistí en que no viniera. Solo tenemos que coger un avión, cuando lleguemos vendrá a buscarnos.
-Ah...
-Voy a avisar a Ka.
-No, déjame a mí, será mejor.
Rosa asintió con la cabeza. Su madre abrió la puerta de casa y la cerró tras de sí. Ando un poco por el jardín que su abuela mantenía con tanto esmero cada mañana y halló a su nieta sentada en una esquina de la casa, fumando.
-¿Sabes a que edad empezó a fumar tu madre?
Ka se sobresaltó al ver que no estaba sola. Miró a su abuela esperando una respuesta.

-A los 15 años. Y desde entonces no ha parado.
-¿Tú lo sabías?
-Claro, siempre le pillaba sus paquetes de tabaco. Y yo me hacía la tonta, pero más tonta era tu madre al pensar que no olía su ropa...
Ka se rió. Y apagó su cigarrillo.
-Os tenéis que ir ya, es tarde.
Ka cambió su sonrisa por una expresión de enfado y decepción. Se levantó y se puso enfrente de tu abuela. Y luego, la abrazó.
-Lo siento por todo, abuela...- suspiró Ka.
-Volverás pronto, te lo prometo.
El abrazo fue fuerte y demasiado corto para una despedida. La sintió que la apartaban del lado de su madre porque su abuela no fue otra cosa que eso para ella, desde que tenía apenas 5 meses de vida. Ella la cambió los pañales, la firmó las autorizaciones para sus excursiones en el colegio, la curó aquella herida que se hizo en la rodilla montando en bici por primera vez, la que la dio la charla de que fumar era malo y que las verduras eran esenciales en la dieta sana... Fue la que la vio crecer y la que de verdad la conocía. Y Ka la había decepcionado  hasta tal punto que tenía que marcharse para dejar un poco de calma  a su abuela.
-Te echaré de menos, abuela.
-Y yo, querida. Cuídate.
Y Ka se dirigió a coger su maleta e irse con su verdadera madre mientras que su abuela ocultaba una lágrima.







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