domingo, 25 de septiembre de 2011

Capítulo 3

24 de Agosto de 2010:

Adrián se levantó de la cama a las 8:11 de la mañana. No pudo dormir en toda la noche. 
Llegó a casa a las 00:30 de la noche, con un poco de mareo debido al alcohol que estuvieron bebiendo Ka y él. Por suerte cuando llegó su padre estaba en la cama, y evitó una bronca muy segura. Jamás había llegado tan tarde a casa, porque jamás había salido con nadie. Su rutina era despertarse por la mañana, ayudar en casa, comer, leer un poco y dormir.
Pero su rutina había cambiado. Su vida se había distorsionado. Ahora su casa era un infierno que él no quería vivir, y la calle solo tenía un nombre: Ka.
Adrián se sintió un poco perdido aquella mañana. La noche anterior Ka se había ido enfadada y él no sabía por qué. No quedaron. No se dieron el móvil. No sabría nada más de Ka, y sin ella, no tenía a nadie.
¿Qué podía hacer?
Por el momento, decidió beber un vaso de leche para refrescarse y fué a lavarse la cara. Se metió de nuevo en su habitación y encendió el ordenador para meterse en su correo electrónico. Ningún mensaje, como siempre.
Decidió vestirse e ir a tomar un poco el aire, se puso la misma ropa que llevaba la noche anterior, y cogió el balón de fútbol que tenía debajo de la cama. Cuando salió de la habitación, y estuvo a punto de abrir la puerta de casa, alguien le agarró muy fuertemente del hombro derecho.
-¿A dónde te crees que vas?- dijo una voz áspera.
-Me voy afuera. Quiero darle unos toques al balón.
-Tienes que limpiar la casa.
Adrián apretó los puños, y se giró para mirar a la cara a su padre.
-No soy tu chacha- se atrevió a decir.
El padre de Adrián se enfadó, pero su expresión siguió intacta. Llevaba la barba de 3 días, y sus cejas despeinadas le daba un aire poco limpio. Sus ojos eran marrones, y tenía el pelo rapado.
-¿Qué das dicho?- dijo lenta y tranquilamente.
-Que no soy tu chacha. 
Su padre levantó una mano haciendo amago de pegarle. Adrián se asustó, pero intentó no demostrarlo:
-¿Me vas a pegar?
El padre de Adrián se quedó mudo por unos segundos, instantes en los que Adrián aprovechó para salir de casa. No le dio tiempo a cerrar la puerta cuando su padre dio un portazo que hizo temblar las paredes. Adrián decidió alejarse de allí lo antes posible. Su padre estaba más enfadado que nunca y no le convenía estar cerca.
Decidió alejarse por el bosque en rumbo a un sitio donde jamás se atrevió a ir, hasta aquel 20 de Agosto. No estaba muy lejos, pero si lo suficiente para estar desconectado de todo el mundo. El puente, su padre, el metro... todo quedaba lejos.


En otro lugar, a la misma hora...


Ka acababa de llegar a casa en ese mismo instante. Las 8:11 de la mañana, Ka abrió la puerta como pudo. Nada más entrar a casa vomitó y tropezó con la esquina de un mueble. Estaba borracha. Muy borracha.
Su abuela, que se dio cuenta de que había pasado la noche fuera, estuvo esperándola sentada en una silla muy preocupada. Se levantó corriendo cuando vio a su nieta vomitando sin saber donde estaba.
-¡Hija!
Ka no podía pensar con claridad. Sabía que la había cagado hasta el fondo, pero no podía reaccionar como ella quería. Su mente solo mandaba ordenes para vomitar e intentar mantener el equilibrio.
-Llévame a la cama, abuela...- dijo como pudo.
Su abuela, la pasó un brazo por la cintura y Ka se apoyó en ella. Como pudieron, Ka por el mareo y su abuela por el peso, y la fragilidad de sus huesos, llegaron a la habitación de Ka. Su abuela la quitó la mochila y abrió la cama, para que Ka pudiera meterse en ella. Luego la dio un beso en la frente y medio llorando la dijo:
-¿Quieres que llame al médico, hija mía?
-No... se me pasará.
Y minutos más tarde se quedó dormida. Cuando su abuela comprobó que había dejado de temblar, la dejó sola en su habitación, preocupada pero a la vez aliviada de tener a su nieta de nuevo en casa.


Minutos más tarde, en la casa de un bosque...


Adrián abrió la puerta con la llave que había enterrada en la tierra de un macetero, al lado de la ventana. Dudó unos segundos sobre entrar o no entrar, pues la primera y la última vez que estuvo allí acabó muy mal...
Pero entró. Tenía que hacerlo si quería recordar esa persona. 
Quizás era demasiado pronto para hacer esas cosas, pero Adrián tenía prisa por sentirse como en casa, como hacía tanto tiempo.
Cerró la puerta tras él y se guardó la llave en el bolsillo de su pantalón. Dejó el balón de fútbol en la entrada y se encaminó hacia dentro de aquella casita. Era muy pequeña, y estaba abandonada, pero en buen estado, pues se encargaron de arreglarla para poder hacer escapadas juntos y disfrutar el uno de otro, solos, sin nadie que les molestase.
Adrián sentía como su corazón se encogía y las lágrimas gritaban por salir. Era demasiado pronto para ir a esa casa, pero no se arrepentía. 
Según iba avanzando por la casa recordaba cada uno de los momentos que pasaron juntos, y decidió ir a la habitación favorita que tenían. 
Cuando entró juró que la habitación todavía olía a ella. Hace tan poco que la dejó, que quizás las paredes conservaban su olor... 
Aquella casa la descubrió un día Adrián, huyendo de todo lo que le hacía daño, y decidió enseñársela a la persona que más quería en el mundo. Juntos, decidieron retocarla un poco, unas sábanas por aquí, una radio por allá...  Pero aquella habitación la dedicaron un especial interés. Trajeron un colchón nuevo para la cama doble, y sabanas de flores. Pintaron las paredes un día de rosa y pusieron macetas con flores en el suelo. También pusieron una cortina en la ventana para que nadie los viera, para tener intimidad. Lo pasaron en grande haciendo todo eso, pues en aquella habitación pasaron los mejores momentos de su vida.
Adrián se sentó en el borde de la cama y acarició la colcha. Definitivamente todavía sentía su calor en la cama. Esa cama donde durmieron tantas veces juntos... Esa habitación donde rieron, lloraron, se amaron...
Adrián no estaba preparado para perderla y la perdió. Y la culpa la tenía él. O eso pensaba.
Adrián no pudo más y se puso a llorar desconsoladamente. ¿Que iba a hacer ahora sin ella? Nadie podría llenar el vació que le dejó... Nadie podría reemplazarla... 
Como le hubiera gustado tantas veces volver atrás y tratarla mejor de lo que la trató, pedirla perdón por tantas discusiones que tuvieron, darla más besos y abrazos de los que la dió... Pero ya era demasiado tarde. Se había ido.
-¿¡Por qué!?- chilló él.
Nadie le contestó.


Dos horas después, en casa de Ka...


Ka se despertó con el mayor dolor de cabeza que pudo tener jamás. Y sabía perfectamente por qué era. Se sentía extremadamente cansada, y decepcionada consigo misma.
¿Qué había echo? 
Salió como pudo de la habitación y fue a ver a su abuela. La encontró sentada en su silla, mirando a la mesa, sin hacer nada. Estaba realmente enfadada y disgustada.
-Abuela...
-No digas nada. Solo cuéntame que te ha pasado- dijo ella duramente.
Ka tragó saliva. Había echo daño a su abuela, la única persona que todavía seguía a su lado. 
-Lo siento mucho, de verdad.
-Dime que te has puesto mala y no venías borracha.
Ka no podía mentirle, pero tampoco quería afirmar la verdad. Decidió callar.
Su abuela suspiró y la miró con los ojos llorosos.
-Dime que se te apagó el móvil y no pudiste avisar de que te quedabas en casa de una amiga a dormir.
-No se me apagó abuela, lo siento.
-¿Qué te está pasando, hija?
Ka no supo que decir. ¿Qué la estaba pasando? Ni ella misma lo sabía... Pensaba que lo tenía superado. Había pasado un año ya... Y sin embargo todavía seguía viniendo borracha a casa.
-Tuve un mal día, me invitaron a una fiesta y me pasé...
-Te pasaste. Y mucho.
-Perdóname, abuela...
-Estoy muy decepcionada contigo. Y muy enfadada. Voy a llamar a tu madre para informarla de esto.
Ka se enfadó por dentro.
-No creo que a mi madre le importe...
-Pero a mí si.
Ka dio por terminada la conversación. No quería molestar más a su abuela. Se fue a su habitación y se echo en la cama. El cansancio, una vez más, no pudo con ella.


Otro lugar...


Adrián dejó de llorar dos horas después. Estaba tumbado en la cama, acurrucado, temblando. se sentía débil, frágil, solo... y tenía miedo de que siempre fuera así a partir de aquel momento. Sentía mucha impotencia por no poder cambiar las cosas.
Tras respirar profundamente durante 3 minutos decidió que allí ya no hacía nada. Se levantó de la cama y estiró con las manos la colcha donde se había tumbado, y se dirigió a la salida, cogiendo el balón y cerrando la puerta con llave. Pensó si debería llevarse la llave a su casa, pero decidió dejarla enterrada en el macetero de la ventana, como siempre había sido. Él sabía perfectamente que también la dejaba enterrada por si ella decidía volver, aunque sabía que no lo haría. 
Jamás volvería a verla. 
Le quedaban las fotos de tantos años juntos, en el parque, en la piscina... También le quedaban los regalos que se hicieron, el regalo que había comprado él para su cumpleaños... Y que no le llegó a dar.
Se fue a su casa de nuevo, y antes de entrar dio unas cuantas pataditas al balón de fútbol contra una pared. No quería entrar en casa, pero no tenía nada más que hacer.
Por lo visto Ka, tampoco quería saber nada más de él.
Estaba solo.


En casa de Ka...


Era ya la hora de cenar. Su abuela había preparado huevos fritos con bacon y patatas fritas, el plato favorito de Ka. Estaba toda la mesa puesta cuando su abuela la llamó.
Ka se despertó y olió el rico olor de la cena. Sus tripas rugieron y decidió ir inmediatamente a cenar. Cuál sorpresa se llevó al ver su cena favorita: su abuela no solía hacer huevos fritos con bacon muy a menudo, puesto que se quejaba de la grasa que contenía.
Ka se sentó rápidamente y comenzó a cenar con su abuela, extrañada. Algo pasaba.
-Abuela, ¿qué me ocultas?
Su abuela rió.
-¿Como que qué te oculto?
-Nunca preparas huevos fritos.
-Bueno, hoy es una ocasión especial.
-¿Por qué?
Su abuela se puso seria de golpe. Era el momento de decírselo.
-Verás Ka, no sé que te pasa últimamente... Bueno, no sé que te pasa desde hace un año. Te he criado desde que eras pequeña y no entiendo por qué éste cambio.
-Abuela...
-No, Ka. Lo he intentado de verás. Pero he tenido que recurrir a ella...
-¿A quién?- dijo alarmada.
-A tu madre. Viene dentro de dos horas. Mañana te vas con ella.
Ka se quedó de piedra. Dejó caer el tenedor y la furia invadió su cuerpo.
-¿¡Qué has echo qué!?- chilló.
Su abuela se asustó, pero intentó mantener la calma.
-Es lo mejor para ti. Quizás pasar una temporada fuera con tu madre te sentará mejor. Necesitas cambiar de aires.
-No necesito nada, abuela. ¡Estoy bien, joder!
-No puedes estar muy bien cuando vienes borracha todos los días a casa... ¿Te crees que no me doy cuenta? Te me vas de las manos, Ka. Cualquier día va a pasar una desgracia.
-¡Me has jodido, abuela!
-Háblalo con tu madre, ella te convencerá.
-¡¡¡No quiero verla!!!- chilló Ka.
Y se fue a su habitación dando un portazo.

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