miércoles, 8 de agosto de 2012

Capítulo 22

12 de Enero de 2011:


Caminaba detrás de él como otras tantas veces. Pero aquella vez era diferente. Podía escuchar su respiración acelerada con cada paso que daba. No quería pensar lo que iba a hacer en aquel momento. Y todo lo hacía por él, a pesar de que a aquellas alturas de la relación, Judith pensaba mucho sobre si valía la pena seguir o no. 
Carlos y ella llevaban juntos bastante tiempo. Aún podía recordar la emoción que sintió la primera vez que le besó, la primera vez que lo hicieron... Su primera vez, a pesar de que él no lo sabía. Recuerda ese sentimiento de sastifación, de haber logrado el chico de sus sueños. Carlos era un chico joven, rebelde, y Judith era todo lo contrario. Cuando Carlos se enamoró de Judith la gente vio como cambiaba: había tenido muchísimas más novias antes que ella, pero a ninguna había tratado tan bien como a Judith. Al principio de la relación la llevaba a lugares bonitos, parques preciosos, la invitaba a comer, incluso alguna vez que otra la hizo regalos. Judith recordaba como al hacer dos meses fueron juntos a hacerse un tatuaje. Una "C" para ella, una "J" para él, en el costado derecho. Recuerda la discusión que tuvo aquella misma noche con su madre, cuando lo vio, y lo mucho que lloraba al ver como su hija no era la misma de siempre. Y a Judith no la importó en absoluto, como todas las cosas que iba dejando en el camino, por él... 
Pero la relación cambió. Carlos cambió. Y Judith empezó a descambiar. Se dio cuenta de lo mucho que estaba perdiendo por algo que últimamente la hacía demasiado daño. Entre ellos empezaron a meterse los amigos de él, la droga y demasiado sexo. Todo se corrompía por momentos y Judith no sabía que más hacer. Los últimos meses solo había visto a Carlos en la cama, o con sus amigos. Hacía tiempo que no tenían un momento de intimidad romántica. Y eso la dolía.
En aquel momento seguía andando, con paso fingidamente seguro, pero internamente tambaleante. Sabía que había hecho muchas cosas ilegales desde que estaba con él, pero no entendía como había logrado a convencerla de aquello. Aún así, recordaba sus palabras una y otra vez:
-Ganaremos mucho dinero, Judith. Podremos irnos de aquí, comprarnos un piso, lo que tú quieras... Pero tienes que ayudarme...
Y así empezó todo aquello. Judith escuchó. Carlos supo comerle la cabeza una vez más, y ella se dejó llevar, esta vez menos convencida que las anteriores.
En aquel instante acababan de llegar al parque de siempre, dónde Carlos solía traficar con marihuana. Éste miraba en todas direcciones en busca de su objetivo. Se giró para mirar a su novia, asustada, detrás de él.
-Tranquila, Judith...- la acarició la mejilla.
-¿Qué pasará si nos pillan?- preguntó ella conteniendo una lágrima de miedo.
-No nos pillarán, recuerda que debes hacerlo tú para que no nos pillen. A mi la policía me tiene muy visto por esta zona, pero tú no has venido mucho por aquí y tienes cara de niña buena, no te registrarán. No te pondría en peligro nunca...
-¿Estás seguro?- dudó ella.
-¿Acaso dudas de mi?- pareció molestarse él.
Judith no quería complicar más las cosas. Aquella relación no estaba en su mejor momento y era cierto que Judith veía todo ese dinero como una oportunidad para irse a otro lugar y recuperar a Carlos, lejos de sus malas compañías. Pero a pesar de la recompensa, Judith tenía mucho miedo. Quería hacerlo por él, pero algo en su interior oprimía sus entrañas, avisándole de que lo peor estaba por llegar. Aquello que iba a hacer no era ningún juego.
Carlos había traficado con pequeñas cantidades de cannabis, y la policía no le había detenido, aunque más de alguna vez había estado cerca. Sin embargo, lo que se traían entre manos aquel día era mucho más importante y peligroso. Judith no sabía mucho de intercambios, pero pensaba que aquel parque no era el lugar apropiado para lo que estaba a punto de suceder. Pero, ¿quién le iba a llevar la contraria a su novio? Si él estaba tan seguro, por algo sería...
Carlos recibió una llamada perdida y miró al frente. Pareció ver a alguien, pues sin poder ocultar algo de nervios, se aproximó lo más posible a Judith para susurrarle:
-¿Estás lista?
Judith sabía que no, pero asintió lentamente para no defraudarle.
-La chica a la que le tienes que dar esto está esperándote en la otra punta del parque, ves con naturalidad, finge conocerla y salúdala. Luego intenta no llamar la atención y mete el saco en su mochila. La lleva colgada del hombro y la tiene abierta, os daréis un abrazo y ahí tendrás tu oportunidad de entregárselo. Ten tu mochila abierta también, te meterá el dinero. Luego te despides y vuelves aquí.
Judith tragó saliva. Parecía sencillo, pero le temblaba todo el cuerpo. Abrió su mochila y se la colgó de un hombro.
-Abre tu chaqueta- la ordenó Carlos.
Judith bajó la cremallera de una chaqueta demasiado ancha que le había prestado su novio. Carlos la abrazó pasando un brazo por debajo de la chaqueta.
-Cógelo- la susurró al oído, sintiendo como él apretaba un saco blandito contra su tripa. 
Judith cruzó los brazos metiendo las manos por debajo de la chaqueta, sujetando disimuladamente un saco que llevaba debajo. Lo agarró fuerte, si se le caía en mitad del camino, estaba perdida.
Carlos la besó:
-Te espero, pequeña.
Judith sonrió nerviosa. Se giró y vio a una chica a lo lejos. Era su destinataria, lo sabía por las pintas que tenía. 
Empezó a caminar, insegura de sus pasos, lentamente y con el corazón bombardeando la sangre con más rapidez de la normal. Respiraba entrecortardamente y pestañeaba con más frecuencia. Solía pasarla cuando se ponía extremadamente nerviosa. Pensó que ni si quiera sabía de dónde había sacado Carlos tal cantidad de cocaína. Tampoco le dijo de dónde había sacado aquella compradora. Sólo la convenció con una gran cantidad de dinero que suponía para los dos empezar una nueva vida. Pero claro, para ganar, tenían que arriesgar. Judith intentó no pensar en la policía. Intentó imaginar una casa para Carlos y para ella. Solos, sin nadie más.
De pronto se oyó un disparo. La gente empezó a correr en una dirección y se oyeron gritos de escándalo. Judith se asustó y giró la cabeza hacia donde la gente corría. Se empezó a formar un corrillo un poco más allá de su derecha, alrededor de lo que parecía ser un chico ensangrentado en el suelo. El asesino había huido. Judith se puso nerviosa, miró atrás dónde Carlos la chillaba algo pero no lograba entenderlo. Estaba en shock, paralizada. Escuchó las sirenas de la policía, pero seguía sin poder reaccionar. Le empezaba a faltar el aire cuando perdió fuerza en las manos y a sus pies cayó una bolsa transparente llena de polvo blanco. Pudo ver como Carlos daba media vuelta, echando a correr. La había abandonado. No la había esperado como él había prometido minutos antes. Corría sin mirar atrás, sin esperar a que Judith reaccionara, sin dar la cara por ella. La había utilizado. Todos esos meses se habían esfumado como la vida del pobre chico que se hallaba en el suelo, pocos metros más allá. Judith no podía pensar con claridad cuando una mano se había apoyado sobre su hombro. La voz de un hombre la dijo informó sobre su detención y ella se dejó llevar, sin saber todavía que estaba sucediendo. Un policía le ponía las esposas mientras sus compañeros despejaban el lugar del asesinato y tomaban datos a los testigos. El policía empujó suavemente a Judith hacía el coche, haciéndola sentar. Judith seguía con la mirada perdida mientras alguien intentaba tomarle datos, dándose cuenta de su estado. Sólo quedaba esperar la ambulancia.


En otro lugar...

Bostezó un par de veces antes de oír su estómago rugir. Estiró los brazos, rozándolos con las sábanas de aquella cama. No la hizo falta abrir los ojos para saber que no era la suya. Tampoco para adivinar que era la cama de Adrián. A pesar de un ligero dolor de cabeza y un cansancio atroz, Ka recordaba la noche anterior perfectamente, sin olvidar ningún detalle. Se levantó pensando en su metedura de pata. Se había desnudado frente a Adrián y para el colmo le había intentado besar. Se sonrojó. ¿Qué coño la pasaba? Ka sabía perfectamente que Adrián la tenía algo más de cariño del que se tiene  a una amiga. Pero Ka no quería enamorarse, no quería volver a experimentar aquella sensación. El pasado ya la hizo sufrir demasiado, no estaba dispuesta a que el presente fuera igual. 
Alguien entró en la habitación. Era Adrián. Llevaba una bandeja con un zumo de naranja, dos tostadas y un café dentro. Era el desayuno para Ka. Cuando la vio despierta tragó saliva e intentó ocultar su sonrojez. Había llegado el momento de la verdad: ¿se acordaría Ka de su casi beso de anoche? No quería preguntárselo directamente, quizás no debería ni insinuárselo. Lo mejor sería dejar que hablara ella... si es que se acordaba.
Se sentó en la cama, a su lado, y le tendió la bandeja:
-No sabía que te gustaba, así que te he echo el típico desayuno de las películas.
Ka rió. Daba gusto despertarse así, aunque la incomodaba el recuerdo de la noche anterior y que Adrián hubiera interpretado ese amago de beso como algo más. 
-No tenías por qué, Adrián... Muchas gracias- dijo con una sonrisa.
-Si tenía, después de todo lo que has hecho por mi... Y después de lo de anoche...
Ka tragó saliva. Le estaba sacando el tema del beso. Lo recordaba. Claro que lo recordaba. Ka fingió confusión, abrió mucho los ojos y parpadeó un par de veces:
-¿Anoche? No lo entiendo... ¿A qué te refieres?
Adrián empezó a sentirse incómodo también.
-¿No te acuerdas de nada de lo de anoche?
Ka pensó por última vez si estaba haciendo bien fingiendo que no se acordaba de nada. Sabía que le estaba haciendo daño pero, ¿no le haría más daño afirmando que se acordaba y que había sido un error?
-No me acuerdo de nada, Adrián... ¿Qué pasó?- preguntó rezando para que Adrián no le contara lo del beso y tuviera que dar explicaciones.
Adrián tardó unos segundos en decidir que responder. Desvió la mirada un momento. Luego volvió a mirar a Ka y con una sonrisa mal fingida dijo:
-Bebimos mucho y había pensado que deberías tomar un buen desayuno para recuperarte.
Ka tardó en reaccionar también. Luego sonrió realmente sincera. Le agradecía tanto que no hablara directamente del tema del beso... Ahora ya todo estaba olvidado. Apartó la bandeja de sus piernas y le abrazó.
-Muchas gracias, Adrián. Me encanta tenerte como amigo- le dijo al oído.
Y aunque la intención de Ka era animarle y agradecérselo todo, a Adrián esas palabras le terminaron de hundir.
Ka no se acordaba del casi beso de anoche y para el colmo le había dejado bien claro que sólo eran amigos. La verdad era que no entendía por qué se sentía tan mal: ya tendría que estar acostumbrado a que Ka sólo quisiera ser su amiga. Es más, Adrián había conseguido mucho en aquellos meses. Recordaba cuando al principio solo le ignoraba. Aquella mañana ya le había dado un abrazo de lo más bonito. Adrián sabía que debía apreciar mucho que Ka quisiera ser su amiga y sin embargo... sentía lo que sentía.
Ka volvió a poner la bandeja en sus piernas y comenzó a beber el zumo de naranja. Luego cogió una tostada y se la ofreció a Adrián. Este se negó.
-Ya he desayunado, gracias.
-Gracias a ti.
Se sonrieron. Ka se sentía aliviada, pero aún había algo dentro de ella que la ponía nerviosa cuando estaba con él. Terminó de desayunar y miró la hora. Eran las doce y diez.
-¿Has hecho pellas?- le preguntó a Adrián sin dar importancia a que ella tampoco había ido al instituto. Claro que en ella era normal.
-He pasado mala noche y con todo lo que pasó ayer me he tomado un día libre. Además estabas profundamente dormida y no quería despertarte.
Ka se sonrojó.
-¿Me has mirado mientras dormía?
Adrián se puso nervioso.
-¿Eh? No... no quería decir eso... yo...
Ka rió.
-No importa. - volvió a mirar su móvil.- Joder, mi abuela me ha llamado catorce veces. Estará preocupada...
-Llámala.
-No, se supone que estoy en clase. No quiero que también se entere de que he faltado en el instituto, ¿puedo quedarme aquí hasta la hora de la salida?
Adrián pensó un momento.
-Sí, claro. Estoy solo todo el día.
Ka inclinó la cabeza ligeramente, en señal de dudas.
-¿Y tus padres? ¿Nunca están?
Adrián tragó saliva. Había tocado un tema peculiar.
-Mi padre no llega hasta muy tarde de trabajar. Mi madre nunca está.
Ka notó una historia un tanto complicada detrás de esas palabras, pero no le apetecía escucharla en aquel instante. Tenía que pensar en qué iba a hacer al día siguiente cuando se enfrentara de nuevo al instituto, al grupo que ya no tenía y que se había convertido en su enemigo. Le costaba decirlo, pero tenía miedo...
-Hagamos algo, quiero mantenerme ocupada- dijo desesperada.
Adrián la comprendió perfectamente, él tampoco quería pensar, no al menos delante de Ka.
-Está bien, ¿alguna idea que no sea beber?- se permitió burlarla.
Ka rió maliciosamente.
-Morirás... ¡entre terribles cosquillas!
Y salió de la cama para abalanzarse sobre Adrián, con intención de hacerle cosquillas, pero paró de inmediato al darse cuenta de que estaba semidesnuda. Adrián se levantó corriendo y le dio la espalda, tapándose los ojos también. Ka empezó a vestirse con su ropa, que la encontró a los pies de la cama.
-Perdona, no recordaba que estaba...- se disculpó ella.
-Sí,  bueno... Anoche te pusiste a bailar y...
-Sí, sí, lo sé...- respondió nerviosa.
Se miraron. Ka tragó saliva. Se había descubierto a sí misma. Y Adrián se había dado cuenta. Se acordaba de lo de anoche. Se acordaba del baile, del beso... de todo. Y había dicho que no. Había fingido que no.
-Adrián yo...- intentó explicarse ella.
-Somos buenos amigos, ¿no? Todo está bien...-dijo dolido.
Ka sintió que su pecho pesaba un kilo más de lo normal. Le había herido y se sentía culpable. Era culpable. Decidió terminar de ponerse la camiseta y levantarse de la cama. Adrián cogió la bandeja de su desayuno y la llevó a la cocina, dejándola sola en la habitación. Cuando volvió parecía estar mejor y actuaba como si nada hubiese pasado:
-Está bien, chica mala, ¿qué te apetece hacer?- dijo sonriendo.
Ka le miró a los ojos. Adrián era una persona muy grande, comprendió. Le había herido y no sólo se lo había perdonado, si no que fingía estar bien sólo para no hacerla daño a ella. Sonrío. Sin duda había tenido mucha suerte de conocerle.
-Como el chico bueno deseé- le siguió el juego.
-¿Qué te gusta hacer?
-¿Y a ti? Estamos en tu casa, hagamos lo que te guste a ti.
"Si es que a mi lo que me gusta es estar contigo, haciendo lo que sea", pensó él.
-Me gusta cocinar. Es más, dentro de una hora será la hora de comer.
-Está bien, haremos la comida, pero te advierto que soy muy mala. Vamos, que jamás he cocinado- rió ella.
Adrián la sonrió. Se dirigieron a la cocina y Adrián empezó a sacar comida y sartenes. Se dirigió a una radio que había en una mesa de la cocina y miró a Ka:
-¿Qué música te gusta?
Ka le miró divertida.
-¿Quieres otro bailecito?- rió.
Adrián se sonrojó, incómodo. Ka decidió que no era bueno tocar ese tema.
-Te sorprenderías...
-¿Rap?
-Qué va.
-Es lo que escuchabas cuando te conocí.
-Antes... digamos que esa no era yo.
-¿Y quién eres tú, Ka?
Ka le miró fijamente. Era una buena pregunta. ¿Quién era? No era la chica que había sido hacía ya un año, pero tampoco era ya la chica que derivó de ella y su gran dilema. Ahora era... nueva. Pero por más que lo intentase sus gustos musicales no habían cambiado en absoluto:
-Música antigua. De los ochenta, noventa...
Adrián le miró curioso. Jamás lo habría imaginado. Se dirigió al comedor.
-Creo que mi madre tenía algún disco de MClan, o quizás Ducan Dhu...
-MClan me encanta- suspiró ella.
-Pues aquí lo tienes- dijo cuando volvió de la cocina.
Ka sonrió, cogió el CD y lo puso en la radio. Inmediatamente la cocina se inundó de música, de sonrisas, de comida, de miradas y de bailes, no tan sensuales.

Más tarde...

Adrián la había invitado a comer, pero Ka quería regresar a casa a su hora. La tarde anterior se había ido sin decir nada a su abuela y encima no había vuelto en toda la noche. Por el camino, decidió llamarla, pero no contestó. 
-Estará haciendo la comida- se dijo.
Por el camino no podía pensar en otra cosa que no fuera su relación con Adrián. Había avanzado tanto hasta el punto de ser su único amigo. Un amigo de verdad. Pero a Adrián no le bastaba con ser sólo eso y Ka tenía miedo de que aquello lo echara a perder todo. Estaban muy bien en ese momento, sin ir más lejos, a pesar de todos los problemas que le venían encima, Ka estaba contenta gracias a la mañana que habían pasado juntos. Adrián era la única persona que había conseguido hacerla reír en aquel duro año de lamentos. Adrián estaba consiguiendo algo que hacía mucho tiempo que nadie había conseguido: hacerla feliz. Y eso la gustaba y a la vez la aterraba. La daba miedo ser feliz. La daba miedo enamorarse. Una vez sucedió, y no fue precisamente como en las películas. 
Suspiró. Había llegado a casa. Llamó al timbre, pues le daba pereza sacar las llaves. Y aún así lo tuvo que hacer: nadie habría. ¿Qué estaría haciendo su abuela? Abrió la puerta, un poco impaciente y entró en casa.
-¿Hola? 
Nadie respondió. Ka se dirigió a la cocina.
-¿Abuela?
Silencio. 
-Ya he llegado, ¿hay alguien en casa?- alzó un poco más la voz.
Buscó en todas las habitaciones de la casa pero no encontró a su abuela. Sin embargo hacía poco que había salido de casa, pues se encontró la comida hecha y todavía estaba caliente. Sopa. Ka dejó su abrigo en la habitación y cogió el plato. Se sentó en la mesa del comedor y puso la televisión, sin embargo, no vio nada. Estaba sumida en sus pensamientos. ¿Dónde estaría su abuela? No solía desaparecer sin antes avisar, y mucho menos a esas horas. "Le habrá salido un imprevisto", se dijo ella. Comenzó a comer. Cuando terminó, recogió la mesa y se fue a su habitación. Se tumbó en la cama y sin quererlo se quedó dormida.

Tres horas más tarde...

Cuando se despertó todavía recordaba lo que había soñado. Juraría haber sentido los labios de Adrián sobre los suyos durante aquella siesta, pero todo había sido un sueño. Suspiró y se levantó. Perdió el sentido del tiempo. ¿Qué hora sería? Las seis y media pudo ver en móvil. Vaya, si que estaba cansada, había dormido más de tres horas de siesta. Se puso una bata, pues tenía frío y salió de la habitación. Recordó que todavía no había visto a su abuela, así que la buscó.
-¿Abuela?
Miró en el comedor, en el baño, en la cocina. 
-¿Abuela?- insistió sabiendo que era inútil.
¿Dónde se había metido su abuela? Aquello resultaba demasiado extraño. ¿Y si la había pasado algo? Ka se estremeció. "Te hubieras enterado ya", se intentó tranquilizar. Pero... ¿dónde podía estar? Su abuela no solía salir mucho: para hacer la compra y si acaso a la peluquería. Pero su abuela llevaba más de cuatro horas sin dar señales de vida. Se puso nerviosa. ¿Qué podía hacer? Su abuela no tenía móvil, usaba siempre el teléfono de casa. Ka se quitó la bata y cogió las llaves: buscaría a su abuela en los lugares dónde solía ir.

Sobre las ocho de la tarde...

Adrián estaba en su habitación terminando de hacer los deberes cuando escuchó la puerta de casa abrirse. Se puso tenso. A esa hora su padre no podía ser, pues salía a las diez de trabajar y siempre se quedaba un par de horas en el bar; y nadie más tenía la llave de casa. Asustado, desenchufó la lámpara de su escritorio y la cogió con intenciones de usarla como arma. Poco a poco, con el corazón acelerado, abrió la puerta de su habitación y se dirigió a la entrada de su casa. Estaba a punto de entrar en el comedor, cuando se le calló la lámpara de golpe. Por suerte o por desgracia quién había entrado a casa era su padre. Pero, ¿por qué tan pronto? Él se giró para mirar a Adrián, enfadado como siempre.
-¿Se puede saber qué cojones haces tirando lámparas por ahí?
Adrián no contestó. Recogió la lámpara y dio media vuelta para irse pero...
-¡Eh! ¿Te he dicho acaso que te vayas? Ven aquí ahora mismo.
Adrián pudo notar como una noche más su padre llegaba borracho perdido a casa, aunque fuera más pronto de lo normal.
-Te he dicho que qué hacías con la lámpara- dijo muy serio, o lo más serio posible que se podía estar en su estado.
-Pensaba que había entrado un ladrón y...
-¿Y te ibas a defender con eso? - empezó reírse- ¡Lástima que no fuera un ladrón de verdad, a ver cuánto habrías durado!
Adrián apretó los puños, la mandíbula y se le tensaron todos los músculos. "Gilipollas...".
-¿Qué haces en casa tan pronto? ¿Por qué estás borracho?- se atrevió a decir Adrián, con mucho miedo.
Su padre empezó a temblar de rabia. Empezó a insultar a Adrián chillando, sin razón aparente.
-Te han despedido, ¿verdad?- dijo enfadado Adrián, comprendiendo por qué estaba allí tan pronto y más enfadado de lo normal.
Su padre calló por un momento. Luego se acercó a él y le propinó un bofetón. Uno de esos que picaban más de lo normal. De los que llegaban a doler. Luego se fue. 
Adrián no lloró esta vez. Se sentó en el sofá, cansado de su situación. Se frotó la mejilla deseando que no quedara señal de aquel golpe. No quería dar explicaciones a nadie. Luego suspiró. Habían despedido a su padre. Les costaba llegar a fin de mes con su sueldo, pero sin él, ya no tenían nada. Cobraría el paro durante algunos meses pero no era suficiente dinero y algún día dejarían de tener ese derecho. Tampoco veía a su padre buscando trabajo. Seguramente le habían echado del que ya tenía por borracho o incompetente. Más de una vez de lo habían avisado ya. 
Se levantó. Caminó de un lado a otro sin rumbo, sin sentido. Pronto le quitarían la luz, el agua... Adrián sabía perfectamente dónde escondía su padre las cartas de aviso de deudas. Sacó del cajón la más reciente. Tenía una deuda de luz desde hacía más de tres semanas. Adrián se desesperó y terminó llorando en silencio. ¿Hasta dónde había llegado a parar la situación? Al final, guardó la carta, y se fue a su habitación. Encendió el ordenador y buscó en Google: trabajos por la tarde.

En otra casa diferente...

Ka llegó a casa sin noticias de su abuela. Estaba a punto de llamar a la policía cuando al entrar se encontró con su abuela. Estaba sentada en el sofá. Tenía muy mala cara, estaba pálida. Ka fue corriendo a darla un beso.
-¿Dónde estabas? ¡Me tenías preocupada! ¿Estás bien?
Su abuela sonrió con dificultad.
-Estoy bien, cariño.
-¿Dónde estabas?
Su abuela pareció dudar sobre si decírselo o no. Al final, después de unos segundos de incertidumbre, miró a su nieta y la acarició.
-Había ido al hogar del jubilado que hay en el centro. En la peluquería me habían dicho que hacían bingos y juegos de carta y que se podía apuntar gente de fuera, gente que fuera mayor.
Ka se quedó bocabierta. ¿El hogar de los jubilados? ¿Tantas horas?
-Pero... has estado fuera... ¿cinco horas? ¿seis?- Ka parecía poco contenta con la respuesta.
Su abuela hizo una mueca un tanto extraña. Ka juraría que había sido de dolor.
-Bueno, he ido a apuntarme y me he entretenido un poco. No tengo nada que hacer por las tardes, así que no veo dónde está el problema- dijo más seca de lo normal.
-¡El problema está en que llevo preocupada toda la tarde e incluso he salido a buscarte! ¡Has desaparecido sin avisar!
-¿Y tú, Ka? ¿Acaso no haces tú eso? Dime, ¿dónde has pasado la noche? ¿Por qué no me has cogido el teléfono? ¿Por qué no has ido al instituto? ¿Avisaste acaso ayer por la tarde cuanto te fuiste sin avisar de nada?
Ka cerró la boca. Su abuela tenía razón. Entendía que se pudiera enfadar pues la estaba pidiendo explicaciones cual niña pequeña cuando ella era la primera que se marchaba sin avisar. Pero jamás había visto a su abuela enfadada y mucho menos echándole cosas en cara, tan seria. Parecía otra. Ka suspiró y se encerró en su cuarto. Ya no tenía hambre para cenar.

2 comentarios:

  1. Ahhhh! Cada vez estoy más enganchada a esta novela... la relación de Ka y Adrián va viento en popa :D
    Precioso, como siempre.

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  2. sigue subiendo capítulos, no puedes dejarme tanto tiempo con la intriga!

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