lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 41

29 de Mayo de 2012:

Kairi.

Mi madre había retrasado su vuelo una vez más para acompañarme ese día. Me había ayudado a calmarme cuando anunció que era hora de prepararse. Me preparó la ropa más formal que había encontrado y me había peinado ella misma con un moño alto.
-Eres una chica muy buena, hija, tienes un gran corazón- me dijo al oído.
Por el camino en coche me pregunté una y otra vez si había merecido la pena ser una buena chica. Dormía y comía poco, sufría ataques de ansiedad, había cometido locuras contra mi cuerpo... Miré las marcas de los cortes en mi muñeca. Apenas eran dos, finos, cortos... En este mundo la bondad se pagaba con maldad.
Mi madre intentó mantener de nuevo una charla sobre mi y Adrián pero la detuve. No podía escucharlo más, no había asumido aquel final. Además, íbamos camino a los juzgados y no estaba suficientemente calmada para asumir aquella conversación.
Cuando entramos dentro de los juzgados me di cuenta de que daba menos miedo del que aparentaba el exterior. Mi madre preguntó por la sala dónde debíamos entrar. Aún quedaba media hora.
Me senté en un banco de un largo pasillo, con las manos cerradas una sobre otra, moviendo una pierna por puro nerviosismo. Había visto escenas en muchas películas, pero jamás estaría preparada para algo así, para condenar a un hombre a pesar de que se lo mereciera.
Me vino a la cabeza la última vez que vi a Adrián. Necesitaba verle una vez más, necesitaba que me devolviera un poco de la fuerza que se había llevado con él, y que él mismo me dio una vez. ¡Estaba ahí por él, tenía que ayudarme una vez más!
Me levanté y busqué entre la gente que entraba y salía de un sin fin de salas. Aquello era demasiado grande, pero sabía de sobra que si le veía, todos los demás desaparecerían. Y así fue.
Mi corazón empezó a latir aceleradamente, y mis pies cogieron su ritmo. Corrí detrás de él, tropecé un par de veces y me tembló la mano cuando la apoyé sobre su hombro, para hacer notar mi presencia.
-Adrián.
Él se giró lentamente. Tenía en sus ojos una mezcla de tristeza y enfado y sabía que era por mi culpa.
-Lo siento mucho, es necesario...
-No voy a perdonarte que me dejes sin padre. Ahora me tengo que ir para declarar ante el juez.
Se giró y se metió en la misma sala que sabía tenía que meterme yo también. Así lo hice, pues vi que mi madre ya estaba dentro. Me indicaron donde sentarme: en primera fila para poder salir a testificar.
El juicio pasó lento. Sentía todas las miradas de la sala ante mi cuando me hicieron levantarme. Sentí el dolor de Adrián en mi piel cuando describí con detalle la escena. Juré decir la verdad, y aunque él no se diera cuenta, era lo mejor, era por él. Sentí la mirada asesina de su padre y como se me entrecortaba la respiración de miedo.
Pero todo eso pasó por fin. Cuando terminó sólo quería beber una botella de agua, irme a casa y ponerme a llorar en la cama. Habían condenado al padre de Adrián. No me enteré exactamente cuántos años, estaba pendiente de la reacción de Adrián. Se marchó enfadado cuando levantaron la sensión y apenas pude ir detrás de él. Me quedé mirando como se marchaba por el pasillo.
-No me enteré de que mi primo tenía novia hasta cuando dieron la noticia de que encarcelarían a mi tío. Admito que jamás le habría visto con una chica, pero aún menos me imaginaba a mi primo con una chica como tú, Kairi...- una voz conocida me asaltó por detrás.
Me daba miedo darme la vuelta. Me tembló todo el cuerpo cuando le vi. Carlos, el chico que me violó, el... ¿primo de Adrián?
-No puede ser...- solté aterrorizada.
-Ya ves, las vueltas que da la vida. Te vi hace un año y algo en una fiesta, ibas muy guapa, aunque no tanto como hoy- me acarició la mejilla.
Yo aparté la cara con asco.
-No te acerques.
-¿O qué? ¿También me vas a denunciar?
-Déjame, me marcho.
-¿No me das un beso de despedida?
Me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Yo le di una bofetada y me fui, sabiendo que no me iba sola.

Adrián.

Quizás me había pasado. Pero Kairi no entendía que me había dejado sin la poca familia que tenía. Mis tíos apenas me dirigieron la palabra aquella tarde, pensaban que yo también había colaborado en la denuncia. Por un momento, cuando me llamaron a testificar, estuve a punto de decir la verdad. Estuve a punto de decirle al juez y a mi familia que mi madre se suicidó por culpa de sus maltratos constantes, maltratos que yo había heredado.
Retrocedí un par de pasos con la duda en el cuerpo sobre si debería perdonarla. La había echado mucho de menos aquellos días y me sentía completamente vacío sin ella.
Pero la duda se me disipó cuando me sorprendí viéndola arrimada a mi primo Carlos. Cabrón, siempre se llevaba a todas las chicas, y ahora pretendía llevarse a la mía. Me quedé bocabierto cuando Ka, enfadada, le soltó una bofetada e intentó irse. Seguramente mi primo la habría dicho alguna guarrada, y Ka no era así. Sin embargo, él parecía estar especialmente interesado en ella: la perseguía. Ka pasó enfrente mía. Me miró con ojos suplicantes y me susurró algo, pero no supe leerle bien los labios.
Me cabreó bastante. No entendía que estaba pasando.
Decidí irme a la cafetería del Tribunal y pedirme una tila. Estaba con los nervios a flor de piel, necesitaba pegar a alguien por extraño que pareciese. Yo no era así pero... pero ella me hacía perder los papeles.
-Adrián- me llamó una voz, pasado un buen tiempo.
Me encontré a la madre de la que había sido mi novia durante este tiempo sentándose enfrente de mi. Aquella mujer me había pagado comida, viajes... Se había comportado conmigo como una madre de verdad, y por ello no podía negarle una conversación, aunque esta fuera seguramente sobre lo mal que lo estaba pasando su hija, y lo mal que la había tratado yo.
-Adrián, ¿has visto a Kairi?
Torcí el gesto.
-No... Osea, sí... La vi saliendo del Tribunal.
-No me puedo creer que se haya ido sin mi... Temo que haga alguna locura.
Se me tensó el cuerpo. ¿Locuras?
-Me ha llamado como unas diez veces y ahora no me coge el móvil...- prosiguió ella.
Se la veía preocupada de verdad, y eso hacía que yo también estuviera así.
Hice memoria. La última vez la había visto con Carlos, le había dado un bofetón y él la había perseguido... Pero... ¿hasta su casa?
-Verás, Adrián... He visto por aquí cerca al chico que la hizo daño... ya sabes...
Se cayó el alma a los pies. ¿Estaba el chico que la forzó? ¿Aquí?
-Si la hubiera visto... No sé si llamar a la policía...
En mi cabeza empezó a montarse una macabra película sobre qué podía haber pasado con Ka, y extrañamente todo coincidía. El violador estaba aquí, Ka se veía alterada cuando estaba hablando con mi primo, y éste la estaba persiguiendo... Y Ka había pasado por delante de mí y me había susurrado...
-Ayuda...
-¿Cómo?- dijo Ana.
-¡Joder, Ana, coge el bolso y vámonos!
Ana se asustó muchísimo, pero no había tiempo para explicaciones. La llevé agarrada del brazo hasta su coche y la hice volver a nuestra ciudad. Mientras la presionaba para que acelerara, pensé en qué lugar podía  haber ido Ka. Se me ocurrió que podía haber ido al puente, dirección a la casa abandonada, nuestra casa como solíamos decir. No tenía ningún sentido que hubiera  ido allí, pero tenía un pálpito y mis nervios sólo me dejaban reaccionar, no pensar.
-¡Dirección a mi casa!

Kairi.

No sé por qué le pedí ayuda a una persona que me odiaba, ni por qué había ido al puente sabiendo que él no vendría a ayudarme. Ya sólo me quedaba correr y esconderme como pudiera.
En el metro no le había visto entre la gente, pero notaba su presencia, su mirada, analizándome... Cuando salí de él intenté andar lo más rápido posible. Notaba sus pasos detrás de mi, e incluso me había parecido escuchar su risa.
-¿Sabes?, siempre me quedé con ganas de más, pero es curioso que ahora también quiera matarte por lo que le has hecho a mi familia.
Aquella fue mi señal. Eché a correr en dirección a la casa abandonada. El aire entraba y salía de mis pulmones deprisa, y forzaba más de lo que podía a mis piernas para huír. No podía alcanzarme o esta vez no podría contar lo hijo de puta que se portaba conmigo Carlos. Pero desgraciadamente un tobillo me tembló, y me hizo caer al suelo.
Sentí mi cuerpo temblar. Creía que conocía el miedo, pero en aquel momento me di cuenta de que era algo que pocas veces había sentido en mis entrañas.
No sabía si era a causa de la caída, o de los golpes que Carlos había empezado a darme tras alcanzarme, pero  no conseguía mover ninguna parte de mi cuerpo. Tampoco quería. Asumí que había llegado mi final y quería aprovechar mis últimos momentos nombrando en mi mente a las pocas personas que me habían hecho feliz.
El corazón me latía con fuerza, como si no quisiera presenciar aquella escena, como si fuera a irse, huir para no morir...
Huir.
Sólo una persona encuentra toda su fuerza cuando encuenra su deseo de vivir.
No me podía estar pasando esto. Otra vez no. Reuní todo el calor que pude para removerme debajo de él, necesitaba huir. Se lo debía a mi madre, se lo debía a Adrián. No iba a permitir que me perdieran tan pronto.
Y debía hacerlo por mi. No recordaba de qué color era el cielo cuando amanecía. No me había despedido de la salada y suave brisa del mar. Jamás me había bañado en el frío agua de un río. ¡Por Dios, era muy joven!
La rabia se hizo hueco entre mi suma tristeza. Volví a temblar, pero esta vez fue diferente.
Un grito desgarrador salió de mi garganta, acompañado de un brazo que subía y aterrizaba en la cabeza de Carlos.
Él contestó con algún insulto que yo no pude escuchar. Mi sentido común se había apagado: en mi cuerpo reinaba una ciega sed de venganza.
Carlos me propició un tortazo que me hizo girar la cabeza. Sentí lágrimas caer por mis mejillas. Él reía, proclamando su victoria.
Ese era el momento: huír.
Sin embargo no me alejé de él ni un centímetro, si no que me acerqué con los puños apretados. Quería ver sufrir a la persona que tanto me había condicionado la mía, que había destrozado mi persona.
Me agarró de la muñeca cuyo puño intento derribarle. Me hizo daño pero supe lo que tenía que hacer; le di una patada en la entrepierna. Aproveché que se retorció para darle un directo en la nariz.
Empezó a sangrar. Me la devolvió: empezó a sangrarne la boca a mi. Le miré a los ojos: había dejado de ser un juego para él, podía ver la rabia y el odio inyectados en ellos. Aquel día era diferente a la última vez, era o él, o yo.
Al parecer ninguno de los dos se lo tomó a broma. Yo intenté herirle con una piedra y él consiguió tirarme al suelo de nuevo, poniéndose encima mía.
-No sé si violarte primero, o matarte.
-¡Calla, hijo de puta!
Le di un cabezazo. Él empezó a pegarme puñetazos, uno tras otro. Me estaba despidiendo ya de este mundo cuando alguien vino corriendo a detener su próximo ataque.
-¡Suéltala!- escuché a Adrián.
Apenas podía ver ya. Intenté levantarme pero no pude. Estaba casi insconsciente, lo único que me mantenía despierta era la incertidumbre de saber si Adrián iba a salir mal parado de aquella pelea. Su primo era fuerte y él apenas se había pegado con nadie.
Pero no sabía el dolor y la rabia que llevaba Adrián dentro por lo que su primo me había hecho, y eso fue suficiente para darle fuerza y valor. Se enzarzaron en una pelea que yo apenas pude ver. Sólo escuchaba gritos, quejidos e insultos. Amenazas de muerte.
Y de pronto, la salvación.
-¡Alto, policía!
Los golpes dejaron de oírse. Escuché como dos personas se arrodillaban. Seguramente estaba deteniendo a los dos.
-¡Quedáis detenidos! Tú, Carlos, quedas acusado de agresión y tráfico, entre otros delitos. Te va a caer una buena.
-No sé de qué me estan hablando- dijo de forma arrogante.
-Sí lo sabes- apareció la figura de una chica no mucho más pequeña que yo.
-Judith...- dijo Carlos.
-Lo siento, pero tienes que pagar por lo que has hecho. La policía lleva siguiendo tus pasos desde hace varios meses gracias a toda la información que yo les di. Ahora vas a pagar todo el daño que le has hecho a todo el mundo.
Alguien me cogió y me tumbó en algún sitio. Supuse que era una camilla, pues había escuchado las sirenas de la ambulancia. También empecé a sentir el llanto de mi madre a mi lado. No sé cuánto tiempo llevaba en aquella escena.
Después, no sentí nada más.

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