miércoles, 30 de enero de 2013

Capítulo 26

21 de Marzo de 2011:

Todo había empezado a cambiar poco a poco. De nuevo, las amistades iban y venían, sin saber a ciencia cierta cuáles serían las verdaderas y llegarían para quedarse. De nuevo el corazón volvía a cegarse de una posible y efímera felicidad. De nuevo la vida no dejaba de dar vueltas como una ruleta de la suerte dónde nunca sabes qué vas a ganas o perder. 
Todo esto pensaba Ka cada vez que estaba con David y se alejaba más de Adrián. En los recreos seguía juntándose con éste último y su querida amiga Helena, pues David debía seguir con su grupo, si no quería que se rebelasen contra ellos. sin embargo, David siempre encontraba alguna tarde para ella. Al principio no se ponían de acuerdo sobre qué hacer, pues Ka quería estudiar y hacer los deberes en su casa o en la biblioteca, mientras que David prefería divertirse en otro sitio. Pero al final consiguieron ponerse de acuerdo, como uno de los días que quedaron y Ka necesitaba estudiar para un examen que tenía al día siguiente y del cuál, David tenía el más mínimo interés; y al final decidieron ir a casa de ella, estudiar un poco los dos y luego, sobre las siete, irían a la bolera o al cine, o simplemente a dar una vuelta por la ciudad.
Y así todas las tardes, Ka recuperó poco a poco la confianza en él, y un motivo para no sentirse tan sola y olvidar a Adrián y todo lo ocurrido. También, quedar con David casi todos los días, hizo que Ka apenas viera a su abuela cuándo volvía de sus "asuntos". La última vez que hablaron de sus "problemas", su abuela le dijo que los análisis habían ido bien, no había ningún problema. Ka supo que todo era una mentira, pero estaba cansada de hacer de madre y llegaba tarde al lugar dónde habían quedado aquel día David y ella.
Aquel veintiuno de marzo, Ka había salido del instituto bastante contenta con su nota de matemáticas e inglés, los dos últimos exámenes que había tenido hacía unos días. A pesar de su sonrisa, Adrián y Helena apenas se habían percatado de ella durante el camino de cuenta a casa, o al menos, eso fingían ambos, como su recién estrenado "romance".- Aún así, Ka se fijaba cada vez menos en sus miradas y abrazos, aunque en ciertos momentos no dejaran de hacerle daño. Aquel día no parecían tanto una parejita sin embargo, más bien eran dos amigos que la ignoraban un poco.
-¿Empiezas hoy entonces?- le preguntó Helena a Adrián.
Ka no tenía ni idea sobre qué estaban hablando, así que se acercó un poco más sin que lo notaran, y escuchó atentamente, pues hablaban más bajo de lo normal y ella ya había notado que la intención de ambos era que Ka no se enterara de nada.
-Si, tengo que estar a las seis allí.
-¿A qué hora sales?
-A las diez.
-Vaya, casi no te sobra tiempo para hacer nada por la tarde...
-Lo sé. Si quieres, cuando terminemos de comer, paso a buscarte y vamos a la biblioteca hasta que me tenga que ir.
-Como quieras, aunque quizás deberías descansar.
-Tengo que hacer los deberes y estudiar igualmente, así que mejor hacerlo contigo que solo en mi casa.
A Helena le convenció aquella contestación. Ka se dio cuenta de que ya no le sugerían que fuera a la biblioteca con ellos. La dolió, pero apenas le importó por muy contrario que pareciera. Lo que sin embargo si parecía importarle era a dónde tenía que ir Adrián a las seis de la tarde, pues por culpa de los bajo que habían hablado, le había resultado imposible enterarse.
-Adiós- la sacaron de sus pensamientos.
Sin darse cuenta, habían llegado a la calle principal dónde Ka tenía que desviarse para llegar a su casa, y Adrián y Helena iban juntos en dirección contraria. Ka ni si quiera se despidió, algo que también pasó desapercibido. O al menos eso parecía.
Pero no todo lo que parece, es, y eso lo sabía muy bien Adrián, que cuándo Ka no pudo verle, giró la cabeza, preguntándose por qué su relación se iba haciendo pedazos cada día que pasaba.
-¿Pasa algo?- preguntó con suavidad Helena.
-No se ha despedido de nosotros...
-Ah...
-Este plan no funciona, Helena. La estoy perdiendo. Es absurdo...
-Funcionará, tienes que ser paciente. Está dolida, sólo tenemos que buscar el modo de sorprenderla, pues ya ha visto que te puede perder y lo que significas para ella...
-No sé, no lo veo del todo claro...
-Mira, imagínate que tienes un hermano pequeño, un niño de cinco años. Imagínate que tiene muchos juguetes, en concreto un oso de peluche que tiene tirado en el suelo y al que apenas  hace caso. ¿Qué pasaría si cogieras el peluche y lo tiraras a la basura?
-Se enfadaría.
-Y lloraría. Se daría cuenta de lo mucho que le gustaba ese peluche, y que no tenía que haberlo tirado al suelo, porque ahora mismo estaría en la basura.
-Pero Ka no es una niña pequeña...
-Ni tú un peluche. Es sólo una metáfora, para que lo entiendas.
-Pero el niño puede tener otros juguetes más bonitos...
-No son tan especiales como el peluche.
Adrián suspiró.
-No quiero perderla.
-Prometo que no será así. 
Adrián miró a Helena, la sonrió y la dio un abrazo antes de marcharse a su casa. Helena disfrutó aquel momento como disfrutaba de todos los que tenían siendo amigos, pues sabía que jamás iban a ser algo más. Aún así, aprendió a conformarse con tener su amistad, aunque a veces parecía ser poco.

Más tarde...

Adrián acababa de salir de la biblioteca, había dejado a Helena estudiando literatura. Eran las cinco y media y tenía que ir andando hacia su nuevo trabajo. No estaba lejos, pero quería llegar pronto, para adaptarse mejor, cambiarse de ropa, etc... Cruzó una tercera calle antes de llegar al gran supermercado que había casi en el centro de la ciudad. Una gran superficie que se dividía en mercados un poco más pequeños: panadería, charcutería, pescadería... 
Adrián había conseguido trabajo allí gracias al jefe de la panadería, que resultaba ser el tío de Helena. Helena le había contado la situación en la que estaba Adrián y lo amigos que eran, que gracias a él, Helena ya no estaba sola, y consiguió que su tío convenciera al jefe del gran supermercado para contratarle. Era menor edad, pero Adrián consiguió falsificar un permiso de su padre para poder trabajar, así que sin apenas haber hecho una entrevista como él se había imaginado, ya estaba admitido. Más le valía no fallar y dar buena imagen, a pesar de que él sólo se iba a encargar de estar en el almacén, guardando cajas que llegarían de los proveedores. 
Cuando llegó, entró por la puerta trasera del supermercado como todos aquellos que trabajaban allí. Primero tuvo que atravesar un pequeño pasillo donde encontró unos baños a mano derecha,y finalmente, a mano izquierda, una puerta gris de la cuál colgaba un cartel: <<Almacén>>. Adrián empujó la pesada puerta gris, y entró en el interior: era mucho más grande de lo que Adrián había imaginado, y parecía estar divididos en secciones de estanterías y refrigeradores de cada tienda en la que se dividía el gran supermercado. Lo primero que se encontró Adrián era una estantería llena de harina, trigo...
Un chico joven, de unos veinticinco años se acercó a Adrián. Llevaba una bolsa en la mano.
-¡Ey, chico! Tú debes ser el nuevo, ¿verdad?- leído una palmada en el hombro.
-Emm... si.
-Encantado, chaval. Soy Raúl- le estrechó la mano.
-Adrián.
-Bien, chico, eres el más joven de aquí, dieciocho, ¿verdad?
-Sí- mintió rápidamente.
Raúl le agarró por los hombros y lo condujo hacia los baños del pasillo de fuera.
-Y dime, Adrián, ¿qué haces trabajando con dieciocho años y no estudiando?
-Oh, si qué estudio. Hago las dos cosas.
-¿Y no es difícil? ¿Podrás con ello?
-Es difícil pero necesito el dinero...
-Ah, entiendo.... gastos juveniles que los padres no cubren, ¿eh?
-Sí , exacto...
Una vez dentro de los baños, Raúl le dio la bolsa a Adrián, y una vez en sus manos,  se puso a abrirla.
-Este es tu uniforme. Es un peto, parecido al de los obreros, Yo no entiendo por qué insisten en que lo llevemos puesto, pero a partir de hoy vendrás al almacén a las seis con él puesto, ya vengas así de casa o te cambies aquí antes, como quieras.
-Está bien, gracias.
-Póntelo y te espero en el almacén para explicarte tu trabajo- se fue Raúl.
Adrián procuró darse prisa en ponerse aquel ridículo pelo al que llamaban uniforme, y guardó su ropa en la bolsa, y ésta, en la mochila que había traído desde la biblioteca. Miro en todas direcciones buscando donde dejar su mochila, y cuándo se dio por vencido y salió de los baños, se encontró enfrente con una puerta que antes no había visto: <<Almacén. Taquillas>>. Entró. Parecía un antiguo almacén que llenaron con taquillas. Estaba claro que se quedó pequeño y terminaron por usarlo como una habitación para guardar los bjetos personalesde los trabajadores. Adrián se acercó a una taquilla. Miró en su mochila: aquel día, por suerte, había podido coger a su padre un euro. Lo introdujo en la rendija que lo exigía y torció la la llave, cerrando su pequeña taquilla con sus cosas ya dentro. S  guardo la llave en el bolsillo de su peto y fue al almacén.
-¡Adrián! Se me había olvidado decirte que puedes guardar tus cosas en las taquillas que hahy enfrente del baño-le recibió Raúl.
-Ya lo he avergiuado, gracias.
-Bien, chico listo- volvió a cogerle por los hombros y empezó a dirigirle por el almacén, a dentro.
Le enseñó los tres largos pasillos con grandes estanterías que le correspondía a él: la zona de los envases de precocinados. Raúl le enseñó con amabilidad, pero también mucha correción, el trabajo de debía de hacer. También le habló de su sueldo, bajo pero suficiente para lo que Adrián necesitaba, y de sus horarios. Luego se despidió de él para que se pusiera a trabajar cuanto antes. Adrián se dirigió al primer pasillo de sus estanterías, casi mirándolo con miedo. Había carteñes arriba del todo que dividía las estanterías en marcas de precocinados, unas tan conocidas como otras desconocidas. Luego, en cada estante habían pegadas unas etiquetas con nombres de productos. Iba a costarle bastante saber dónde debía guardar cada cosa para llevar rapidez en el trabajo. Se girigió a la grande pila de cajas que esperaban para ser ordenadas.

En otra parte...

-¡Pensaba que ta no vendrías, tardona!
-Lo siento, me he entretenido pensando qué ponerme.
David echó un vistazo a los itillos claros de Ka, conjuntados con una bonita sudadera blanca con letras azul celeste: "Sweet". El pelo lo llevaba suelto. No recordaba muy bien cuándo se había teñido, pero notaba que aquel castaño cobrizo era su propio color, y que la sentaba mucho mejor que el negro azabache.
-Si siempre estás guapa, no te comas la cabeza.
David le pasó el brazo por los hombros y ella le rodeó la cintura. Mucha gente que pasaba por su lado podría pensar que eran novios, pero sólo ellos sabían que lo que eran es buenos amigos, y que les daba igual decepcionar a los demás por quedar juntos.
Llegaron a la bolera del centro de su ciudad tras un largo camino hablando sobre varias cosas que compartían, David le había enseñado una nueva canción de rap y ella le había recomendado la historia de un libro que a David le gustaría a pesar de que no leía nunca nada.
Entraron en la bolera, pidieron una doble partida y se calzaron los zapatos: un treinta y seis para Ka, un cuarenta y dos para David.
-¿Y qué opinan tus padres sobre tus notas?- preguntó ella mientras elegía el número de peso de la bola con la que iba a tirar.
-Nada- él parecía divertido con el tema.
-¿Nada? ¿No se lo has dicho?
-No hace falta, están acostumbrado a que suspenda todas.
Ka le miró, reprochándole. Él se encogió de hombros.
-¿Qué?
-¿A qué piensas dedicarte en el futuro sin estudios?
-Mi padre es electricista, espero que me enchufe en el negocio.
-Pero incluso para eso necesitas unos estudios.
-Él no estudió. Le enseñó su padre a trabajar y quiero que conmigo haga lo mismo.
-Deberías estudiar, David.
Ka tiró la bola de peso seis, observando como ésta se iba desviando poco a poco por la pista, saliéndose de ella. Cero puntos.
David se reía detrás.
-¡He perdido práctica!- se defendió ella, dándole un pequeño puñetazo en el hombro.
Sin dejar de reírse, David cogió otra bola del mismo peso, se la dio a Ka. Ésta se puso en la línea de tiro y sintió como David pegaba su cuerpo detrás de ella y agarraba con suavidad su cintura. Sintió su aliento en la oreja.
-La pierna izquierda delante- le susurró.
Ka obedeció rápidamente mientras sintió que David metía una pierna entre las suyas, separándolas. Ka sintió que las rodillas le iban a fallar en cualquier momento. La bolera había desaparecido y sólo quedaban ellos dos, cuerpo con cuerpo.
-Coge la bola con la mano derecha.
Ella volvió a obedecer introduciendo los dedos en los agujeros correspondientes. Él envolvió su mano sobre la suya, y con un movimiento ligero, inclinando el cuerpo de ella, lanzaron un tiro, o mejor dicho, un pleno.
Ka sonrió. Era el mejor.

Habían pasado toda la tarde juagando a los bolos, apostando y riéndose. Por supuesto había perdido Ka, por lo que la últim a ronda de cervezas la pagó ella.
-Bueno,-dijo él a la tercera ronda,- ¿el cambio ue has dado, influye también en tus notas, señorita Sánchez?
Ella se estremeció al oír el apellido de su madre.
-Eso parece. He aprobado todo.
-Me alegro, enana. ¿Qué vas a estudiar entonces?
Ka dio un sobro a su cerveza. ¿Qué iba a hacer con su vida después del instituto? Ni siquiera lo había pensado. En un tiempo, cuando Ka todavía era esa niña inocente que siempre fue, sólo soñaba con tener una carrera, un piso y unos hijos preciosos con...
-Veo que no lo tienes claro- Ka agradeció que interrumpieran sus pensamientos.
-No, nada claro. Ni siquiera lo había pensado...
-Estudiar es una tontería, y más con la crisis que viene. Cada vez hay menos trabajo.
-¿Y qué sugieres qué haga?
-Fúgate conmigo.
Ka se quedó sin aliento.
-Podemos traficar y conseguir dinero para irnos a dónde tú quieras.
Si no fuera por el número de jarras que habían bebido, Ka hubiera pensado que  hablaba enserio.
-A casa es dónde quiero que vayamos. Ya se ha hecho tarde.
David protestó pero se levantó enseguida y salieron de aquel bar. Fuera hacía un frío espantoso. Tenía que empezar a hacer caso a su abuela sobre abrigarse un poco más.
-Mierda...- suspiró Ka.
-¿Qué pasa?
-Se me ha olvidado comprar pan.
-Aquí cerca hay un supermercado, si nos damos un poco de prisa lo encontramos todavía abierto.
Dicho y hecho, aceleraron el paso y llegaron allí en cinco minutos, pero ya era demasiado tarde. Las puertas estaban ceradas y las luces apagadas. Sólo se veía, al lado, a unos trabajadores saliendo por la puerta del personal, una gris con cartel de "No entrar".
Ka resopló y pensó egoístamente que demasiado pronto habían salido de trabajar aqeul día. Y sólo cuando dio media vuelta y comenzó a alejarse con David, se dio cuenta de a quién había visto.
Paró en seco y se giró. No podía ser. Le vio salir, todavía con lo que parecía la ropa de un "mozo de almacén" puesta, con la frente y el pelo sudorosos y en la cara una terrible tristeza y cansancio. ¿Por qué estaba trabajando Adrián? ¿Para qué necesitaba el dinero? ¿Qué pasaba realmente con su familia?
Ka hubiera ido corriendo hacia él, le hubiera abrazado. Le habría pedido que le contase todo aquello que se había perdido de él, que abandonase ese trabajo que tan mala cara le había dejado y quizás, incluso le hubiera llevado a su casa para cuidarle y dormir juntos.
Pero lo único que hizo fue negar con la cabeza y echar a andar, buscando en David el vacío que había dejado Adrián. Porque ella hubiera dado todo eso y más, si él le hubiera dado la oportunidad.


Al volver a casa, Ka tenía dos sorpresas: su abuela en la cama y un paquete de correos encima de la mesa. Obviamente, para Ka era más importante ver qué le ocurría a su abuela.
Hacía unos días que había dejado de vomitar, pero cada vez se la veía más débil, apenas comía y el pelo se la estaba cayendo más de lo normal.
Entró en la habitación con el abrigo todavía puesto. Se arrodilló en la cama y dio un beso a su abuela.
-¿Cómo estás, abuela?
-Cielo... Estoy bien...
-No estás bien, abuela. ¿Has ido al médico?
Su abuela negó con la cabeza.
-Te pediré cita.
Su abuela negó de nuevo. Ka desesperó.
-¿Y qué va a pasar? Estás enferma, sólo vas a peor y no quieres ir al  médico. ¿Quieres morirte, o qué?
Su abuela le miró con los ojos muy abiertos, parpadeando escesivamente para intentar que no cayeran lágrimas de ellos.
-Eso nunca- susurró.
A Ka también se le humedecieron los ojos y quiso creer que aquel "nunca" era una promesa de que siempre estarían juntas, eternamente.
-Siento ponerme así, abuela- dijo, secándose las lágrimas.
Su abuela sonrió.
-Me encantaría abrirlo contigo, pero necesito dormir, cariño.
-¿Abrir el qué?
-Encima de la mesa del salón hay un paquete para ti, por tu cumpleaños. Es de tu madre.
Era cierto, dentro de tres días Ka cumpliría diecisiete años, y ella ni se había acordado. La verdad, no le hacía feliz dicha fecha.
-Ah, vaya. No me lo esperaba...
-Deberías llamarla luego para darle las gracias.
-Lo haré.
-No he podido tampoco prepararte la cena, lo sien...
-Tranquila. Puedo yo sola, tú descansa.
-Gracias, cariño.
Su abuela se dio la vuelta y cerró los ojos. Ka se levantó y le besó en la cabeza. Luego se marchó a por la segunda sorpresa: un paquete de su madre. Abrió el sobre amarillo dónde venía apuntada su dirección y el remitente desde Londres y lo que sacó fue un regalo con una tarjeta de felicitación:
"FELICIDADES, PEQUEÑA, CADA VEZ TE HACES MÁS MAYOR. YA NO ERES MI NIÑA PEQUEÑA... PERO TIENES QUE CRECER. ESPERO VERTE PRONTO, TE QUIERO. MAMÁ".
Ka resopló. ¿Desde cuándo ella era su niña pequeña? Jamás s ehabía ocupado de ella, ni siquiera cuando pasó aquello, y que últimamente le hubiera dado por cuidarla y llevarla con ella a Londres, le molestaba bastante.
Por otra parte, ¿estaría enterada sobre el estado de su abuela? Seguramente no. Y seguramente debía saberlo aunque fuera para que su madre le diera consejos sobre qué hacer con ella.
Decidió terminar de una vez y desenvolver el regalo que había dentro del sobre en el que ponía "FRÁGIL". Dejó el papel con ositos a un lado y contempló la caja que contenía un modernísimo iPhone blanco, precioso. Ka no recordaba haber rcibido jamás un regalo tan caro. Abrió la caja con cuidado y sacó el iPhone y sus correspondientes accesorios. También había una tarjeta de memoria de 8Gb. ¿Para qué pedir más?
Dejó el iPhone cargando la batería mientras se preparaba unos huevos fritos como cena. Cenó rápidamente y volvió al salón. Ya se había cargado. Ya podía usarlo. Era como un señal del destino, pensó, que aquel móvil la invitaba a llamar a su madre y contarle todo. Lo hizo. Quitó la tarjera de su móvil actual y junto con la de memoria, la introdujo en el iPhone. Encendió el móvil y tras unos minutos de ajustar la fecha y hora, marcó el móvil de su madre. Mientras llamaba se preguntó qué hora sería en Londres. Sabía que había una hora de diferencia, pero no sabía si era una hora menos, o una hora más.
-¿Hello?
-Mamá, soy yo.
-¡Ah, hija! ¡Qué alegría que me llames! ¿Qué tal estás, cariño? ¿Has recibido ya mi regalo? Estoy ansiosa porque lo veas.
-Sí, mamá, muchas gracias, es genial.
-Dime hija, ¿qué tal los estudios?
-Bien, mamá. Va todo bien.
-¿Los chicos, qué tal?
-¿Qué chicos?
-Bueno, hija, que tienes una edad, y me preguntaba si ya tienes novio...
Ka se cabreó. Tan poco la conocía su madre que tenía la cara de sacar el tema "chicos".
-Deja el tema, ¿quieres?
-Está bien. Entonces, ¿todo bien? ¿La abuela?
-De eso te quería hablar, mamá...
-¿Qué pasa, hija?
-La verdad, no lo sé. La abuela lleva unos meses mala, muy mala.
-¿Cómo mala? Cuéntamelo todo.
-Empezó a ir a un hogar de los jubilados todas las tardes, y venía muy tarde y mareada, vomitando... Al principio pensaba que bebía, pero no era eso. Ahora ya hace unos días que no vomita, pero está muy cansada, apenas come y no tiene fuerzas...
-¿Ha ido al médico?
-Se niega a ir. Una vez la llamaron del hospital para que fuera al día siguiente. Ella dijo que se estaba haciendo un chequeo normal y corriente, y que en las pruebas no ponía que tuviera nada...

-¿Fuiste con ella?
-No. Siempre me deja al margen de lo que sea que la esté pasando...
Su madre se quedó unos minutos en silencio. Ka la dejó tiempo para que pudiera pensar.
-No sé, hija, es todo muy extraño... Hablaré con ella, pásamela.
-Está durmiendo, mamá.
-Oh, claro... Bueno, la llamaré mañana por la mañana. No te preocupes, seguramente sea un virus o una gripe mal curada.
Tanto hija como madre sabían que, aunque querían creer aquello, ninguna estaba convencida de ello.
-Está bien. Creo que me voy a ir a dormir ya, asi que tengo que colgar.
-Muy bien, cariño. Felicidades adelantadas. Disfruta de tu fiesta de cumpleaños y cuida de la abuela. Te quiero.
Fiesta de cumpleaños, como si fuera a celebrarlo...
-Gracias, mamá. Un beso.
Ka colgó. Miró su iPhone. ¿Acaso se podía comprar a una hija con semejantes regalos? Estaba claro que a Ka no.
Guardó la caja y resto de acesorios en la mesilla de su habitación, se puso el pijama y se metió en la cama. Reflexionó sobre todo lo que la había pasado hasta aquel momento, intuyendo que lo peor estaba por venir. ¿Pero qué podía haber peor? Había perdido una vida, cuando por fín conseguía poco a poco ser ella, perdió de nuevo a Andrea, Adrián estaba con Helena y el grupo de David sólo deseaba su mal, aunque por suerte aún le quedaba él. Su abuela estaba enferma, y su madre estaba obsesionada con recuperar a su hija, aunque para ello tuviera que "secuestrarla" en Londres como hizo. Los estudios iban a mejor pero en el instituto se sentía cada vez más sola, sobretodo en el recreo, formando el triángulo amoroso con Adrián y Helena. Y para el como ahora venía su cumpleaños.

3 comentarios:

  1. Me encanta tu historia que pena que no la publiques antes porque es preciosa ;) Pero los estudios y todo eso es mas importante..Siguee asi Un beso

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  2. Cada capitulo me enamora más de la historia, es genial! y se que te lo han dicho ya mil veces, pero no lo puedo evitar jajaja

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