lunes, 23 de enero de 2012

Capítulo 16

31 de Diciembre de 2010:


Una chica removía con una pajita de plástico el granizado de café que acaba de comprarse y que no lograba terminarse. Cambió el peso del cuerpo de un pie a otro. Se sacudió su melena cobriza y ondulada. Cerró los ojos marrones en señal de impaciencia y cuando resopló no pudo esperar más:
-¿Te queda mucho o el vestido a intentado atacarte?
Dentro del probador la melena negra y larga de una chica de ojos azules cayó sobre la tela roja de un vestido escotado y corto. Perfecto para la ocasión, pero no para ella.
Sabía de sobra lo que iba a decir su mejor amiga, sabía que la obligaría a comprarse aquel trozo de tela, pero ella no estaba nada conforme. Con un suspiro, abrió la puerta del probador y decidió enfrentarse al huracán "Andrea".
-¡Joder, Ka, estás perfecta!
Mal empezó...
-¿Tú crees? ¿No es demasiado corto?
-¿Estás de broma? Es ideal, estarás guapísima.
-No me gusta el rojo.
-¡Te hace un pecho muy bonito!
-No me gusta enseñar las piernas.
-Con unos tacones negros y una chaqueta a juego...
Se miraron a los ojos. Echaron a reír. Las dos intentaban convencerse la una a la otra y sabían de sobra que la batalla estaba perdida. A Andrea le gustaba demasiado ese vestido y Ka lo detestaba todavía aún más.
-Mejor miramos otro- dijo Andrea.
-¿Otro?- la idea de mirar más tiendas atormentaba a Ka. Llevaban en aquel centro comercial más de tres horas seguidas.- ¿Tengo que comprarme un vestido necesariamente?
-¡Claro! ¡No querrás ir en vaqueros y sudadera!
"Por mí...", pensó Ka.
Cerró de nuevo la puerta del probador y en lo que tardó en volver a ponerse su ropa, Andrea decidió acabar cuanto antes con aquel granizado.
Ka mientras tanto se puso sus pantalones vaqueros, ahora un poco menos anchos y descuidados, y una de sus nuevas camisetas, todas similares: de tirantes gordos con un poco de escote, el suficiente para no apreciar bien el "bonito pecho" que Andrea le decía tener. Aquella camiseta fue la primera que Andrea le compró. Era blanca y en el centro se dejaba ver la bandera de Londres en forma de corazón. A Ka le había parecido una cursilada de camiseta desde el principio, pero no se podía negar a ponerse la ropa que Andrea la estaba comprando con tanta ilusión. Recuerda el primer día que volvieron a verse. Ka nunca había estado segura de si debería volver a verla, volver a darle una oportunidad. Y tenía el pulso a mil aquel día yendo hacia el parque central de su ciudad, donde había cerca una parada de metro y donde divisó a lo lejos a su antigua amiga: Andrea. Caminó hacia a ella con la tensión en el cuerpo y cuando llegó:
-Hola.
-Hola, Ka...
-Ka, llámame Ka.
Andrea tragó saliva. Aquello iba a ser realmente difícil. Y sin embargo, no fue así. Caminaron hacia ninguna parte, contándose de nuevo todos sus problemas que habían sufrido en todo aquel año que llevaban sin verse, sin saber nada de la otra. Ka pensó en lo fácil que le resultaba volver a confiar en Andrea, volver a darla un abrazo. Andrea la miró de nuevo de arriba abajo:
-¡Joder, ¿qué cojones has echo con la ropa tan bonita de antes?!
Y Ka sonrió amargamente. Era cierto: Andrea no había vivido con ella ese cambio repentino.
-He cambiado. Me gusta vestir así.
-¡Pues vete olvidando de esta ropa sucia!
Ka la miró con la expresión dolida, pensando que su ropa no estaba del todo mal. Entonces, las dos echaron a reír, una risa nacida de la nada o simplemente de la complicidad de aquellos ojos azules y marrones. 
Sí, la amistad que hubo en ellas había vuelto a florecer. Y Ka ahora tenía que salir del probador.
-¡Por fin!- se quejó Andrea cuando salieron de la tienda y pudo tirar el envase de su granizado a una papelera.
-¿A donde vamos?
-Vamos a una tienda más y comemos por ahí, ¿quieres?
-Sí, tengo bastante hambre. Y cansancio.
-¡Ay, amiga, ya no eres la de antes! ¿Te acuerdas cuando pasamos días enteros en los centros comerciales, comprando, comiendo, luego por la noche al cine...?
-Sí, claro que me acuerdo.
-Entonces ahí no eras tan vieja como pareces ahora, jaja.
Ka rió con ella. No le gustaba hablar de su tema, pero Andrea siempre conseguía hacerla reír.
Se encaminaron a una gran tienda con un nombre que llamaba mucho la atención. Entraron por la gran puerta y les vino un ligero olor a chocolate. Toda la tienda olía así.
-Esta es la tienda de la ropa elegante. De aquí es dónde toda mujer debe tener al menos un vestido en su armario, para ocasiones especiales, como esta noche.
-No me libraré de ponerme un vestido, ¿verdad?
-Ni lo sueñes.
Andrea se encaminó hacia los vestidos que había a uno y otro lado de la tienda y Ka la siguió como un corderito. No quería mirar, por mucho que lo hiciera esa ropa jamás la gustaría. Prefería dejar que Andrea la buscara algo más o menos decente. Total, iba a ser solo una noche. Aunque no una noche cualquiera.
Andrea se paró enfrente de un vestido blanco de encaje. Era cortito, con palabra de honor y la falda en forma de tubo.
-¡Ay, dios mío, me he enamorado!- chilló eufórica.
-Pruébatelo, seguro que te queda genial- le dijo Ka intentando librarse de tener que probárselo ella.
-¡Ahora mismo, voy! Ka, ¿te importaría mirar tú sola algo para ti?
-Claro que no, corre, llámame cuando estés lista.
Andrea fue entusiasmada a hacer cola para los probadores, mientras Ka, aprovechando su rato de libertad, decidió pasar de la sección de vestidos y se fue a las camisetas. No es que las camisetas de aquel lugar le gustaran, pues seguían siendo o muy cursis, o muy elegantes, o muy horteras. Pero Ka tenía que coger algo de aquella tienda y con una camiseta al menos no tendría que enseñar las piernas. Miró entre camisetas de todos los colores, especialmente rojo y dorado, con tachuelas, con brillantina, con todo tipo de símbolos de la buena suerte para comenzar el nuevo año. Y puso la mano encima de una camiseta aparentemente sencilla. La cogió. Miró la talla. No la disgustó mucho, así que decidió probársela. Se encaminó hacia la fila de espera de probadores y llegó justo a tiempo para pasar con Andrea. 
-A ver...- le pidió la camiseta Andrea.
Ka se la dio. Andrea abrió la boca. 
-Es bonita. ¿Con qué te la vas a poner?
-Con unos vaqueros.
-Estás loca. Tal preciosidad tienes que ponértela con una mini falda o unos pantalones cortos.
-Bueno, ya veremos. De momento tengo que probármela. Sólo había esta talla.
-De acuerdo, empecemos, pues.
Ámbas empezaron a desnudarse una delante de la otra, sin ningún pudor. Luego cada una se probó sus respectivas prendas. Andrea saltaba de emoción al verse en el espejo con su vestido de encaje blanco. La verdad, estaba estupenda.
-Te queda realmente genial- dijo Ka.
-A ver tú.
Ka se dejó mirar. Llevaba puesta una camiseta azul cielo que le quedaba ceñida al cuerpo, marcando sus curvas. Aquella fina tela terminaba en el pecho haciendo un escote de tipo palabra de honor, y daba paso a otra tela, de encaje de flores azules que se confundían con su piel blanca en medios brazos y gran parte de la espalda.
-Es genial, Ka. Hay que buscar algo para ponerte esta camiseta.
Ka puso una mano en el brazo de Andrea, tratando de parar su entusiasmo.
-Andrea, no quiero faldas, ni pantalones cortos.
Andrea resopló, pero estaba demasiado entusiasmada con su vestido para protestar.
-Al menos, ponte la camiseta con unos pitillos negros que tengo yo.
-Está bien.
-Estás guapísima.
-Tú más.
Y rieron de nuevo...


Hace más de tres meses...


Ka se había puesto su sudadera negra. Nunca solía ponérsela, pero aquella era una tarde especial. Mientras caminaba recordaba aquellas palabras escritas en un email:
"De mi primo".
¿De su primo? ¿Por qué? ¿Había pasado algo con él?
Hacía demasiado tiempo que no sabía nada de ellos. Desde que pasó lo que pasó, su primo pasó a ser escoria y ella, su mejor amiga, historia. Todo lo que pasó las separó, dejando a Ka completamente sola. Y ahora, después de un año, Andrea volvía con una noticia de alguien de quien Ka, no quería saber nada.
Pero algo en su interior la hizo ir a aquel parque. Algo en su interior la hizo removerse al ver las palabras de aquel email inoportuno. Y allí se encontraba, esa tarde del 17 de Septiembre, con Andrea cara a cara.
Intercambiaron un par de palabras, comenzaron a caminar y cogieron confianza de nuevo cuando la curiosidad de Ka no podía más:
-¿Qué ha pasado con tu primo?
Ka tenía el semblante serio, como cuando a una persona le dicen que se ha muerto un pariente cercano. Andrea dibujó una sonrisa forzada para quitar hierro al asunto. Sabía que Ka que no se sentiría bien hablando de ello.
-Verás, no sé si te interesará ya, la verdad. Solo pienso que tenías derecho a saberlo. Está con otra.
Después de tanto tiempo, Ka no entendió por qué su corazón sufrió un latigazo al escuchar ese "otra". ¿Acaso no llevaba ya sin verle más de un año? Todo lo que había pasado... tenía que haberle olvidado ya.
-Ah...- no supo que más decir.
-Verás, ha estado de tonteo con bastantes chicas, pero con esta parece que va enserio. Y bueno, si te soy sincera, esto podría habertelo contado por un email... Pero prefería quedar contigo. Hace mucho que no nos vemos.
Ka no supo muy bien como organizar sus sentimientos ni que emociones sentir. Odio por el pasado, tristeza por el presente, desconfianza hacía Andrea y su primo... Decidió olvidar aquella información. Cuánto menos supiera del inombrable mejor.
-Me alegro, entonces.
Andrea sonrió al ver que Ka no se había puesto mal ante la noticia.
-¡Genial! Te invito a unas tortitas con chocolate.
Ka se relamió los labios.
-Está bien.


En el presente...


Ka abrió la puerta de su casa. 
-¡Ya estoy en casa!
Su abuela salió a su encuentro, con una sonrisa en la boca.
-He encargado la cena a un restaurante italiano. Nos la traerán luego, más tarde...
Su abuela calló cuando vio entrar también a Andrea. No era la primera vez que la veía, pero traían bolsas de compra y mucha ilusión en la cara. Descubrió enseguida de que iba todo aquello:
-¿Vas a pasar la nochevieja fuera?
Ka tragó saliva. Nunca había pasado la nochevieja fuera de casa.
-Sí, Andrea y yo vamos a ir a una fiesta en casa de su amiga Raquel. Nos quedaremos a dormir allí.
Para la abuela de Ka, la palabra "fiesta" suponía un quebradero de cabeza. Ka había sido una chica demasiado irresponsable con el alcohol y ciertas drogas durante mucho tiempo, y, aunque en aquellos últimos casi cuatro meses había dado señales de mejorar, no podía bajar la guardia.
-Una fiesta...- repitió con tono amenazante, sin ninguna intención de ser amenaza- Así que no cenarás aquí...- ahora el tono era triste.
-¡Sí, claro que sí! Cenaré y tomaré las uvas aquí contigo, y luego pasará Andrea a buscarme para ir a la fiesta.
A su abuela la convenció un poco más el plan, aunque no dejaba de pensar en la cantidad de accidentes y muertes que solía sufrir la población humana en fechas como esas, donde la nochevieja había pasado a ser una escusa para beber hasta caer rendido. Pero aquel pensamiento lo tendría siempre, fuera nochevieja o no. Ka era mayorcita. Tenía diecisiete años.
-Está bien, pero mucho cuidado, por favor...
-¡Gracias abuela!
Le dio un beso en la mejilla y se encaminó con Andrea a su habitación sabiendo que, en otra situación, su abuela no la hubiera dejado salir. Es decir, habían ocurrido muchas cosas en aquellos casi cuatro meses. Ka había empezado el instituto sin ninguna pelea de ningún tipo. Su abuela dejó de recibir amonestaciones por parte del director como había ocurrido el año anterior, cosa que la tenía bastante contenta. También vio a Ka encerrarse tarde tras tarde, noche tras noche en su cuarto, estudiando. Ka había cambiado de nuevo, y esta vez para mejor: sus notas ahora eran de notables. Su abuela no podía por tanto estar orgullosa y feliz, y permitir a Ka salir una noche no haría daño a nadie.
Ka y Andrea se metieron en el cuarto de baño y encendieron la plancha de pelo que Ka tenía guardada en el fondo del armario. Empezaron a arreglarse para estar preparadas por la noche, nada más sonar las campanadas, salir a disfrutar de la primera noche del año nuevo, que prometía sin duda ser especial para todos, sobre todo para Ka, aunque ella, por el momento, jamás se lo imaginaría.
-¿Estás nerviosa?- le preguntó Andrea mientras la hacia un tirabuzón.
-¿Nerviosa por qué? ¿No irá tu primo, no?
-No, tranquila. Jamás dejaría que te encontrases con él. No es conveniente para ninguno de los dos. En la fiesta solo habrá gente de nuestra edad, gente de mi instituto.
-Entonces, ¿por qué iba a estar nerviosa?
-Bueno, hay muchos chicos. Llevas mucho tiempo sola... ¿No has encontrado ninguno en todo este año?
-No he querido encontrarlo... No creo en el amor.
-¡Venga, Ka! La única forma de librarte del pasado es dejar que el presente te forje un bonito futuro.
-Andrea...
-¿Ni si quiera conociste a alguien?
Ka se acordó inmediatamente de una persona a la que no veía desde hacía tres meses. No sabía que había sido de la vida de Adrián. La verdad, no quiso nombrarlo.


En otra parte...


Adrián esperaba con impaciencia a que llegara el único miembro de la familia que faltaba a la mesa. Su padre. Eran las once de la noche y la mesa estaba puesta, y la cena servida: huevos fritos con patatas fritas. No era la cena más apropiada para una fechas como esas, pero no había dinero suficiente en su casa como para comprar marisco. Además, había tenido que cocinar él, y no había echo la compra desde hacía tres días.
Suspiró y comenzó a cenar. Sabía que su padre no iba a venir ya, seguramente estaría en el bar. Mientras cenaba mantuvo la televisión apagada. Cuando estaba solo, le gustaba escuchar el silencio. Se puso a pensar en todo lo que había pasado aquel año, como suele hacer la gente un segundo antes de sonar la doceava campanada. Pero la vida de Adrián había cambiado demasiado en apenas doce meses y necesitaba más de cinco minutos en poder resumir todo el dolor acumulado en una cifra: 2010.
Recordó como empezó el año, el terror que se vivía en su casa, el dolor de su madre detrás de la habitación. Recordó que más tarde las cosas se pusieron más feas. Recordó aquel 20 de Agosto, donde Adrián quiso poner fin a su vida, marcharse con la persona que más quiso y le ayudó, pero que le dejó abandonado en un acto de cobardía. Recordó las facturas del banco, los avisos de embargo que por poco pudieron recuperar. Recordó a su padre chillando, bebiendo. Recordó la lluvia en su cara, y no precisamente procedente del cielo. Sí, definitivamente para él había sido el peor año de su vida, y deseaba acabar con él.
Se encontró llorando, con la cena a medio terminar. Estaba fría, como aquella velada. Seguramente era la única persona que estaba pasando la nochevieja solo, abandonado por todos. Adrián solo tenía diecisiete años y no se merecía llorar de esa forma. Él jamás había echo daño a nadie. Siempre con buenas intenciones, la vida le devolvió algo que no le pertenecía: todo el dolor sufrido.
Si al menos tuviera un amigo con quien pasar la noche, ésta se haría menos pesada. Recordó inmediatamente a Ka. No sabía que había sido de ella. El instituto y los estudios en casa les había separado mucho. El primer mes, Adrián la llamaba cada tres días, y Ka le contaba su entusiasmo por volver a estudiar, pero el poco tiempo que tenía para poder salir entresemana. Adrián escuchaba atentamente su voz y sonreía al ver que aquella chica dura había dejado de ser una desconocida para pasar a ser una amiga. Llegaron a quedar incluso algún sábado por la tarde. Pero un día Adrián llamó a Ka para quedar con ella y ésta le dijo que había vuelto con su mejor amiga, y que pasaría un tiempo con ella. Cada vez que Adrián llamaba, Ka estaba estudiando con aquella tal Andrea. Cada vez que Adrián deseaba verla, Ka ya tenía planes. Y entonces, el teléfono dejó de sonar. Adrián había sido reemplazado, una vez más.
Le avergonzaba admitir que también había llorado por ello, puesto que Ka había sido la última esperanza de Adrián. Había sido aquella chica misteriosa que le paró los pies el día que intentó quitarse la vida. Había sido su salvación. Y se la habían robado. Se sentía abandonado, traicionado, una vez más.
"¿Podré acostumbrarme a esta soledad?" se preguntaba cada tarde.
En el instituto, al menos, las cosas parecían irle bien: consiguió sacar buenas notas en 1º de Bachillerato y consiguió hacer una amiga: Helena Patiño, su compañera de laboratorio. Era una de las chicas nuevas, exactamente la que se sentó delante de él. Les pusieron como pareja en el laboratorio y Adrián se dio cuenta de que Helena sufría la misma soledad que él. Hablaron día tras día y cogieron confianza, hasta el punto de irse juntos en el recreo. Pero por las tardes, los padres de Helena  no la dejaban salir, lo que le impedía a su amistad avanzar mucho más allá de los treinta minutos de descanso.
Adrián decidió recoger los dos platos en la mesa con la comida todavía encima y trajo un cuenco pequeño con doce uvas ya peladas. Miró el reloj. A punto de ser las doce. Encendió la televisión para poner en cualquier canal las campanadas. Se preguntó si comer las uvas solo daría mala suerte. No, más de la que tenía no podía tener.


A la 1:00 de la noche...


-¡Feliz año nuevo!- gritaba todo el mundo.
Ka se arrepintió casi en el mismo momento que entró por la puerta de aquella mansión de haber asistido a aquella fiesta, y más así de arreglada y maquillada como la había preparado Andrea. Ésta la guiaba agarradas de la mano por la casa de su amiga Raquel, o mejor dicho, mansión de tres plantas.
-Pedazo casa...- dijo Ka.
-Es rica, ¡como tú!
-Como mi madre- corrigió ella.
Lo cierto es que su madre también tenía una casa similar en Londres. 
La gente se amontonaba en todas las habitaciones que podían, bailando al ritmo de la música, quizás demasiado elevada. No importaba, aquella casa estaba insonorizada y lejos de la ciudad donde Andrea vivía.
-¡Feliz año, Raquel! Te presento a mi amiga, Ka.
Una chica pelirroja se encontraba dando dos besos a Ka. Debía de ser la dueña de la casa.
-¡Feliz año, chicas! ¡Y encantada! ¡En la cocina y el salón están las bebidas, no entréis en las habitaciones, por favor!
-Hecho- dijo Andrea aceptando sus normas.
Total, ellas dos no tenían ningún interés de entrar en las habitaciones.
-Ven, vamos a dejar el bolso- dijo Andrea metiendo a Ka en la habitación que parecía ser de los padres de Raquel. Luego salieron y cogieron una copa. Andrea, whisky para empezar pronto la noche, Ka, un mojito. Luego fueron a bailar, acompañadas de las amigas de Andrea que aceptaron enseguida a Ka. Era cierto que todo el mundo la miraba: era la única que no llevaba un vestido, unos tacones, un recogido de ensueño seguido de un maquillaje notable. Pero no importaba, la gente empezaba a sentir los efectos del alcohol, y poco a poco fijaron su atención en la pareja que querían conseguir aquella noche.
Al cabo de una hora sonaba en los grandes altavoces un remix de una canción de Inna, y la gente bailaba desenfrenadamente. Andrea había bebido ya seis cubatas y bailaba torpemente, cayéndose de vez en cuando al suelo. Ka se había moderado con el alcohol, sabía que Andrea se iba a emborrachar y alguien tendría que cuidarla. Además, no le gustaba beber tanto con tanta gente en la fiesta, nunca se sabe lo que puede pasar. 
-Joder, está buenísimo y no deja de mirarme...- a Andrea se le caía notablemente la baba mientras bailaba con Ka y miraba directamente a los ojos de un chico que tenía enfrente, unos metros más lejos.
Ka se giró para mirarle. Había un chico apoyado en la barra del salón con un cubata en la mano. Era alto y muy musculoso. Tenía el pelo moreno y cortado recientemente. Tenía un poco de barba informar y los ojos negros. Parecía mayor, quizás demasiado. Unos veinticinco años. 
-Es muy mayor...
-¡Mejor, madurito!
-¡Andrea, no seas tonta! No entiendo que hace aquí un tipo tan mayor...
-Es el hermano de Raquel. Está supervisando la fiesta.- contestó una de las amigas de Andrea que parecía haber asomado la oreja.
Ka la miró indignada, pero a Andrea parecía darle igual.
-¡Dios mío, me ha guiñado un ojo!
-Andrea, por favor, podría ser tu padre...
-¡Qué exagerada!- opinó de nuevo la amiguita, a la que Ka ya le caía mal.
-Me voy a por él, está claro que quiere bailar conmigo.
-¡Andrea, por favor, no cometas locuras!
Pero era demasiado tarde: Andrea ya había ido a parar en los brazos de aquel "madurito". Ka pudo ver como intercambiaban un par de palabras, como él sonreía descaradamente y la daba la mano, guiándola hasta una de las habitaciones prohibidas.
Ka resopló. No sabía muy bien que hacer. Sabía que aquel chico se iba aprovechar de la virgen de Andrea. ¿Pero qué podía hacer? Cuando decidió ir tras ellos, el corazón le dio un vuelco y la hizo parar en seco.
A unos cuantos metros, los suficientes para poder verlo, se encontró con un fantasma del pasado: el primo de Andrea. Iba con una camisa negra que marcaban su notable cuerpo fuerte y unos pantalones vaqueros, ajustados. No había cambiado. Bueno, en realidad estaba más guapo y mucho más alto. Parecía más hombre. Más cabrón.
Ka sintió la misma rabia por Andrea que le había prometido que no se encontraría con él, que por la chica que agarraba de la mano a aquel fantasma del pasado. Vestía un vestido en forma de globo, rojo pasión con un cinturón negro debajo del pecho. Llevaba unos cantosos pendientes de plumas rojos y un bolso grande y negro como el pelo. Los labios resaltaban por su fuerte pintalabios. Ka la odió con todas sus fuerzas. ¿Por qué con aquella chica iba enserio y con ella jamás fue así? Ka le había tratado como a nadie y él solo la había dejado un fuerte dolor...
Antes de ponerse a llorar, recuperó su bolso y salió corriendo de aquella fiesta.


En otra parte, pero en la misma fiesta...


A aquella fiesta había acudido más gente de la esperada. Sin ir más lejos, el primo de Adrián, Carlos, decidió mediante contactos, meterse en ella, acompañado de su nueva novia, Judith. Carlos lucía una sonrisa perfecta, mientras que Judith no parecía estar tan contenta. Sin lugar a dudas, ella hubiera preferido pasar la nochevieja con sus amigas. Pero siempre hacían lo que quería él.
-¿Has visto cuanta gente? ¡Ven, tomemos algo!
Carlos arrastró a Judith hasta la barra y cogió un par de cubatas bien cargados. Luego se fue a un rincón más escondido y se fumó un porro. Cuatro cubatas más, y un poco de yerba le hicieron estar ebrio. Besó a su chica con pasión, quizás con demasiada al intentar quitarle las bragas en medio de todo ese gentío.
-Carlos, estate quieto. Hay mucha gente, déjalo estar...
Pero Carlos nunca aceptaba un no por respuesta.
-Entonces, vamos a una habitación.
Judith suspiró.
-Carlos, no quiero esta noche.
-Vamos, tú siempre quieres.
-No, te equivocas. ¡Eres tú el que siempre me obliga!
-Vamos a una habitación- insistió el mientras la aprisionaba contra la pared y la manoseaba todo el cuerpo.
Judith se sentía presionada, como siempre. No quería hacerlo, como otras tantas veces. Pero tenía miedo de perder a Carlos. Tenía que hacerlo, sí. Aunque sintiera que su cuerpo era un desecho, acabó accediendo a subir a una habitación y dejarse llevar por Carlos, su nuevo y no maravilloso novio.

4 comentarios:

  1. dios me ha encantado, leo tu novela i e gusta mucho es genial, espero el siguiente capitulo, besos^^

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  2. Me gusta mucho la historia, tienes bastante imaginación, y sabes plasmar en el papel lo que quieres. Estoy enganchada, enhorabuena, escribes genial :). sigue haciéndolo, que se te da muy bien. Animo!, a ver si poco a poco consigues acabar la historia y no lo dejas a medias, como muchas veces ocurre.

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  3. Sin duda nunca la dejaré, aunque necesito mi tiempo para escribir, como todo escritor, yo creo :)
    Gracias por los ánimos y un beso grande.

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  4. aaah! nos has dejado como en los capítulos de las series, publicidad en la mejor parte jajaja.
    Espero que escribas pronto el capítulo 17, encontré tu blog hace un par de semanas y todos los días me he ido leyendo un capítulo, me ha encantado :D

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