lunes, 26 de diciembre de 2011

Capítulo 14.

15 de Septiembre de 2010:


Ella se aparta los mechones empapados en sudor de la cara. Aquella semana se había cambiado de "look": se había teñido de negro y había añadido unas extensiones lisas a su pelo. En ese preciso instante no parecía tan bonito el acabado, estaba sudada y despeinada. Pero todo aquello había merecido la pena.
Hacía dos semanas había conseguido lo que quería. Su meta de hace años: Carlos Garrido González. Con todos los apellidos, Carlos era en su barrio el más conocido. Se metía en todo tipo de peleas y era la aspiración de todas las chicas. Ella había jugado bien sus cartas, lo había conseguido.
-¿Quieres un cigarrillo?- dijo Carlos a su lado, desnudo.
Ella sintió su cuerpo desnudo también, vibrar. No era  la primera vez que se acostaba con él, pero cada vez que terminaba y regresaba de la "utopía" humana, le miraba con asombro todavía sin creer que estuviera con ella.
-Sí, gracias- contestó ella.
A veces se regañaba internamente por parecer tan ñoña. Sabía que a Carlos le gustaban las chicas rebeldes, maleducadas, y por ello lo consiguió. No podía ablandarse en aquel momento.
Calos cogió de la mesilla de la habitación de sus padres un paquete de "Malboro" y extrajo de ella dos cigarros. Uno se lo encendió él, el otro se lo pasó a su amante junto al mechero. Judith posó sus labios todavía un poco rojos, pero corridos, sobre la boquilla del cigarrillo y aspiró fuerte mientras el fuego quemaba el tabaco. Que bien sentaba el cigarro de después. Hace apenas 4 meses jamás hubiera probado aquello, seguiría siendo virgen y no conocería ninguna forma de consumirse. 
Carlos la miró. Sabía de sobra que aquella chica había cambiado por él. Se reía internamente por ello, le gustaba manipular a la gente. Judith Jiménez había sido matrícula de honor en todas las asignaturas de su curso, anteriormente era una chica normal, obediente. Jamás había probado el alcohol, el tabaco, el sexo... Todo estaba privado para ella. Sólo quería complacer a sus padres. Pero un día, por suerte o por desgracia para ella conoció a Carlos.
"Folla bien, a pesar de todo" pensó él mientras le daba la última calada a su cigarro. Tiró la colilla al cenicero que tenía en la mesilla y se lo pasó a Judith para que tirara el suyo, consumido también. Se miraron. Los ojos caramelo de ella parecían temblar. Carlos retiró las sábanas de su cuerpo y lo contempló. Tenía los pechos grandes, las caderas anchas. Era digna de un buen polvo como decía él siempre.
La acarició el vientre, bajando la mano. La besó, y segundos después, volvió a tenerla bajo su cuerpo.


En otra parte...


Ka volvió a colgar el teléfono móvil. Adrián llevaba  insistiendo en hablar con ella media hora.
-¿Por qué no se da por rendido?- pensó en voz alta.
Ka adivinó lo que debía estar pensando él en aquel momento. Quizás su mente optaría por la opción de: "ayer la pasó algo, hoy no ha llegado a su casa y por eso no me coge el teléfono"; quizás hubiera optado por esta otra opción, no mejor que la anterior: "se ha enfadado conmigo, yo no sé por qué, y por eso no quiere verme". Como si lo conociera...
Pero Ka no estaba de humor para contestar llamadas o salir a la calle. Tampoco quería que Adrián se colase en su habitación, como solían hacer cuando ella estaba castigada. Ka solo quería estar sola, encerrada en cuatro paredes.
Sufría un cúmulo de emociones desde la noche anterior, en su encuentro con Yoli: miedo, impotencia, rabia y sobretodo, vergüenza, mucha vergüenza. Vergüenza por haberse dejado humillar de aquella forma, incluso haber dejado que Yoli atacara también a Adrián. Vergüenza por tener que haber huído con el rabo entre las piernas. Vergüenza por todas las risas malvadas que ayer bombardeaban sus oídos en medio de aquella pelea. 
Desde luego Ka ya no era lo que era. No era la chica que fue hace un año, tampoco era la chica que era hacía un mes. Era una Ka diferente, distinta. "Débil" se definió ella.
Sintió sus ojos humedecerse. No quería llorar.
Apagó el móvil para no sentirse culpable cada vez que pulsaba la tecla roja cuando Adrián llamaba. Se levantó y bajó la persiana de su ventana para no pensar en él, y para fingir ausencia en la habitación por si a Adrián se le cruzaba los cables y venía a buscarla.
Quería desaparecer el mundo, literalmente. Pero por desgracia, jamás pudo hacerlo. No sabía como. Siempre había alguien que conseguía sacarte de casa o hacerte hablar. Normalmente ese "alguien" solía ser un buen amigo, pero Ka no tenía de eso. O al menos eso creía. El único que tenía lo estaba ignorando completamente.
Ka se metió bajo las sábanas de su cama. No sabía si era porque el sol ya no entraba por su ventana, pero empezó a sentir algo de frío.
Quería dormir, cerrar los ojos y no pensar. Se sentía rara, no se comprendía. Y si uno no se entiende... ¿qué le queda? Supuestamente lo primordial es quererse a uno mismo, y Ka de aquel dicho poco cumplía.
Se arropó hasta la barbilla, encogiéndose en la cama. No quería llorar, pero sus ojos cada vez escocían más. Una lágrima resbaló.
¿Se merecía de verdad todo lo que la estaba pasando? Ka había sido una chica buena en el pasado... Había sido una chica ejemplar: guapa, obediente, buena estudiante. Era la chica perfecta para el chico perfecto. Y todo tuvo que cambiar aquel 20 de Agosto de 2009. 
Ka se retorció, llevándose un brazo contra su estómago. Los recuerdos la atormentaban, haciéndola sentir hasta dolor físico. 
Estuvo tan ciego tanto tiempo... y lo pagó muy caro.
Pero, ¿por qué seguía pagando por ello? Estaba claro que siendo la que era, no obtuvo más que desgracias, y cambió. Pero, ¿por qué aún habiendo cambiado, seguía teniendo tantos problemas?
¿Quien entendía la vida? Nadie...
Se mordió el labio de rabia, haciéndose sangre. La saboreó. Era extraña, sabía bien. Disfrutando de una manera peculiar aquel sabor, cerró los ojos.


Al mismo tiempo...


Colgó. Adrián decidió no llamar más. Estaba claro que ella no quería hablar con él. Intentó no preocuparse, o ponerse triste. Lo consiguió a medias.
Sabía que Ka era una chica muy bipolar, muy inestable emocionalmente. Todo dependía de como se había levantado por la mañana. El pie derecho, una chica contenta. El pie izquierdo, una chica enfadada o totalmente desaparecida e inlocalizada.
¿Por qué haría eso? Si tenía problemas no hacía ni si quiera falta que pidiera ayuda, Adrián se la daría sin problemas. Pero el problema lo ponía ella al negarse a ayudar. 
Dio gracias a la elección que tuvieron sus padres hace tiempo al contratar una tarifa donde las llamadas le salían gratis desde el fijo. Si no fuera por aquel día del que ni si quiera se acordaba, Adrián recibiría algo más que una bronca de su padre cuando vinieran las facturas.
Suspiró. ¿Y ahora que hacía él por la tarde? Se había acostumbrado a salir con ella y cuando no estaba...
Negó con la cabeza. No pasaba nada, aprovecharía el día para hacer la casa e ir a mirar las listas de clases del instituto. Al día siguiente empezaba el instituto.
Recogió los platos sucios de la comida, los fregó. Luego barrió, fregó los suelos, quitó el polvo... Todo en apenas una hora y media. Finalmente, sobre las 18:00 de la tarde, Adrián se puso unos vaqueros cualquiera y una camiseta de manga corta, blanca, ni muy ancha ni muy pegada. 
Decidió ir andando a pesar de que estaba lejos. Entre diario siempre tenía que coger el metro para ir al centro de la ciudad. Por el camino, pensó en todas las cosas que le habían pasado en el curso anterior. Los abusos, los rumores sobre su madre, todos los insultos... 
Adrián dio una patada fuerte a una piedra que se entrometió en su camino. ¿Cómo podía haber gente así? Según se acercaba al instituto, media hora después de salir de su casa, sentía respirar el aire a miedo que sentía en la cara todas las mañanas a las 8:30, cuando sonaba el timbre del inicio de las clases. 
Le temblaron las piernas cuando vio a algunas personas en las listas, amontonadas. Miró bien que no conociera ninguna y se acercó con cuidado, sin llamar mucho la atención. Buscó su nombre entre las 3 listas de 1º de Bachillerato. Por haber echo 4º de ciencias, supuso que su Bachillerato sería de la misma rama. Y esa rama era la clase 1º F. Miró unos cuantos nombres. Eran todos los alumnos que había tenido en su case el año pasado, menos algunos que se habían quedado atrás. En su clase, eran pocos los que se reían de él (por suerte habían repetido curso ese año), y eran todos los que le ignoraban. A veces, sentía que incluso los profesores le hacían transparente.
Ya sabía en que clase tenía que aguantar el tormento de otro año agobiante lleno de estudios y disgustos, así que decidió irse.
Pensó en lo duro que iba a ser volver a empezar. A él no le importaban  los madrugones ni las tardes estudiando como a los demás... A él le importaban cosas más graves.


Dos horas después...


La abuela de Ka abrió la puerta de la habitación de su nieta. La encontró durmiendo con la persiana bajada. Decidió despertarla, así que subió la persiana.
Ka escuchó el sordo ruido que hacía la luz entrando en la habitación, a la vez que sus ojos aún cerrados se quemaban, dejando una ligera ceguera cuando Ka intentó abrirlos.
-Despierta cariño- le dijo suavemente su abuela.
Ka gruñó extrañamente. Se incorporó en la cama a la vez que estiraba sus huesos y músculos.
-¿Qué pasa?- preguntó extrañada de que su abuela no la dejara dormir.
Ésta se sentó al borde de la cama, junto a ella.
-Mañana empieza el instituto. Tienes que ir a ver en que clase te ha tocado, ¿no?
Ka bostezó. No le apetecía nada salir a la calle y menos para  ir a ver qué memos le tocaba aguantar todo el año. Tenía que inventarse alguna escusa creíble para que su abuela no la hiciera salir de casa. No la gustaba mentirle, pero aquella vez era de primera necesidad para ella:
-Rebeca me ha llamado esta tarde, me ha dicho en qué clase estoy.
Fue lo primero que le salió de dentro.
-¿Quién es Rebeca?
-Una chica que va a mi clase, abuela. Por eso me ha llamado.
Su abuela se fiaba de ella, por lo que no preguntó más.
-En todo caso, ¿no quieres merendar?
Ka miró el reloj, en busca de una escusa.
-¿A las 20:00 de la tarde? ¿No es muy tarde?
-Tienes razón- se arrepintió su abuela.
Ka se libró de nuevo.
-Entonces, me voy y te dejo descansar. Aunque, mejor pensado, deberías prepararlo todo para mañana.
Ka no pudo negarse esta vez, asintió con la cabeza.
-Bien, te dejo sola- dijo su abuela dándole un  beso en la frente y cerrando la puerta al salir.
Ka bostezó una vez más. Suspiró seguidamente. Retiró las sábanas del resto de su cuerpo y puso los pies descalzos sobre el suelo. Sintió su tacto frío, uno de los placeres en verano, más si te tumbas en él. Anduvo hasta la mesa donde solía tener el montón de ropa sucia y, debajo abrió uno de los cajones que incorporaba dicha mesa. Extrajo de él los libros del año pasado, dispuesta a aprobar 4º de ciencias. Los metió en la mochila, también del año pasado y cerró la cremallera. 
Al verlo todo colocado, sintió un leve presentimiento.
El año pasado no la había dejado indiferente, pero el que venía la iba a cambiar la vida por completo.
Ka estaba a punto de ser sacudida por un fuerte huracán.


En otra ciudad, no muy lejos...


Judith terminó de abrocharse sus vaqueros ajustados. Le marcaban el culo que tanto le gustaba a Carlos. Aquella tarde también se había puesto el top favorito de Carlos. Era uno sin mangas negro, que se terminaba un poco más arriba del ombligo, dejándolo al descubierto.
Pero aquel día no pareció que Carlos se hubiera fijado en el top. Se lo quitó nada más verla.
-¿A dónde vamos?- preguntó Judith.
-A la calle. He quedado con Damián.
Judith sintió decepción. No habían tenido tiempo para estar solos y hablando, pues solo se dedicaron a estar en la cama. A ella le gustaba hacer el amor con él, pero también quería hacer otras cosas, como las demás parejas.
Carlos se puso su chaqueta de cuero negra y salieron de la casa de sus padres. Carlos tenía ya 18 años, podía vivir perfectamente solo, pero no tenía dinero y no quería trabajar. Vivía su vida en la calle y de sus padres solo requería una cama y una habitación donde guardar sus posesiones. Cerró con llave la puerta y se dirigió a la calle. Una vez abajo volvió a encenderse un cigarrillo. Esta vez no le ofreció a Judith.
Carlos echó a andar dirección al parque donde solía juntarse con todos sus amigos y Judith le siguió como buena novia. Por el camino, decidió al menos entablar una conversación con él.
-¿Vas a venir mañana al instituto?
Carlos soltó una carcajada y luego la miró. Su pintalabios rojo oscuro ocultaba la niña ñoña que llevaba dentro.

-¿Estás de broma? Yo no voy al instituto ya.
"Es verdad" pensó ella. Carlos era ya mayor de edad. A veces se la olvidaba que tenía dos años más que ella, cosa que no les gustó nada a sus padres.
Sí, está bien, Judith se había vuelto un poco más "macarra" por Carlos pero, sus padres no dejaron de ser la autoridad para ella, y desde el primer día que conoció a Carlos, Judith no pudo evitar hablar constantemente de él a sus padres.
-Vaya, entonces, ¿cuando nos veremos?- dijo Judith realmente preocupada.
-Por las tardes. Si quieres algún día voy a buscarte al instituto y nos vamos con Damián y los demás a comer.
Si esa comida hubiera sido a solas, Judith hubiera estado encantada de aceptar.
-Además, algún día puedes hacer pellas. Mis padres no están en casa por las mañanas.
Lo que la faltaba a ella, hacer pellas...
-No sé si podremos quedar mucho por las tardes...
Carlos tiró la colilla al suelo. Estaba más pendiente de ver si se encontraba a algún amigo por la calle de lo que su novia le decía.
-¿Y eso por qué?
-Bueno, este año empiezo 4º y encima en ciencias.
-¿Y que más da las ciencias? Va a ser chungo igualmente- interrumpió él.
-Precisamente por eso... Tendré que estudiar más si quiero sacarme el graduado. El último trimestre ya tuve un bajón en las notas.
Carlos echó a reír. "Un bajón".
-Venga, tía, si eres una cerebrito. ¿Qué coño me estás contando?
Judith buscó otras palabras para hacerle entender.
-Este curso es más difícil, tengo que estudiar más. No quiero defraudar a mis padres...
-¿Y a mí sí?- la miró seriamente Carlos.
Se acababan de parar en medio de la calle. La mirada que Judith recibía de su novio era mortal. La atravesaba de arriba a bajo cortándola en pedacitos. 
-No...- dijo casi con miedo.
-Entonces, ¿por qué no saldrás conmigo por las tardes?
Judith decidió cambiar la respuesta a otra que complaciera más a su novio. No quería perderle:
-No quería decir eso, claro que saldré contigo.
Carlos sonrió satisfecho. Hubieran follado si hubieran estado todavía en casa de sus padres, pero en ese momento él tenía otros asuntos más importantes que tratar con Damián.
Giraron la calle hacia la izquierda y enfrente tuvieron el parque. Judith suspiró sin que nadie la oyera.
Otro día más, sin saber que hacer.

2 comentarios:

  1. Hola guapa, está genial la historia. Me pasaré a menudo para poder seguir leyendola.Ya somos seguidoras :) Si quieres que te hagamos un poco de promoción en nuestro blog, avisanos. Mucha suerte y un beso enorme.

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  2. Claro que me gustaría mucho que me promocionaseis :) Me haríais un gran favor.
    Gracias por leer y espero que os siga gustando.
    Un besazo <33

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